“Det är en fråga om intresse och tid”
“Es cuestión de interés y tiempo”
El Señor de los Cuadros dejó atrás su juventud sin poder
cumplir su sueño dorado. Desde muy joven deseó vivir en Suecia. Acaso, esos anhelos
le vinieron como consecuencia de la lectura de libros, como no por la leyenda de las hermosas mujeres de ese
país y también por las influencias recibidas por el matrimonio Olsson.
Esta pareja de nórdicos, enamorados
de la Isla, alquilaron una casita y se afincaron en el Barrio de San José. Era,
entonces, la mejor época para el turismo en Las Palmas de Gran Canaria. Con el producto
del trabajo del marido como recepcionista en unos Apartamentos de Las Canteras,
vivieron el resto de sus días disfrutando del sol, el bien más preciado para
los nórdicos.
Con ellos el
joven comenzó a conocer Suecia y el idioma. Fue imaginando el Estocolmo que le
describían. Iba, además, verbalizando las frases más comunes. Bastante parte de
culpa tuvo Mrs Elsa que forzaba al joven a que se empleara en dialogar con ella.
“Det är en fråga om intresse och tid” le
decía continuamente. “Ja, bra” le respondía él sonriendo. Pero a la vez estaba convencido
de que por mucho interés y tiempo que le empleara, jamás podría hacerse con el
manejo de aquel idioma.
La
economía en casa del muchacho nunca fue boyante. Su padre pasaba todo el año
trabajando en la cinta transportadora de Fos Bucraa en
el Sáhara Occidental. En el hogar, nueve chicos, más pequeños que él, y su madre hacían de tripas corazón para llegar a mitad de mes. Tiraban de un sueldo que
con tanto gasto se hacía paupérrimo. Todo lo que entraba en el hogar se agotaba
con los hervores de aquellos calderos enormes de potajes que acababan entre el mediodía
y la noche.
El Señor de los Cuadros fue poco a la escuela y obligado
por las circunstancias, se empleó en múltiples ocupaciones. Pasada la juventud
le llegó el tiempo de cumplir con el servicio militar en la Infantería de
Marina. Tremendo disgusto le costó cuando supo que su nuevo destino le llevaría
a Cartagena, lejos de casa y también de su ansiada Suecia. Él seguía empleando
todo su tiempo libre en practicar el idioma. Con un curso adquirido por correo,
un radio casette, y sus correspondientes cintas, escuchaba las frases para luego
repetirlas y practicar la pronunciación.
Así hacía las interminables tardes mucho más llevaderas.
A la
vuelta de la mili, no llegó a encontrar ocupación a su gusto. La oportunidad le
llegó cuando Mr Olsson le presentó a un acuarelista francés que exponía sus
cuadros en El Pueblo Canario. Aquel artista que pintaba los paisajes de la Isla
como si fueran fotos en color, le ofreció trabajo a comisión.
Entonces,
el joven del Barrio de San José fue a parar a su nuevo puesto de trabajo, en las
afueras del Hotel Santa Catalina. Desde que cerró el trato y visitó el entorno se
desplazó al la sastrería de Ricardo González (Rigón) en La Playa de Las Canteras. Allí empleó sus
últimos recursos en un terno y sus complementos.
Pensó que
merecía la pena vestir elegantemente. Se trataba de una nueva oportunidad que le
ofrecía mucha ilusión. Portaba un traje gris marengo que dejaba asomar una
camisa blanca impoluta. Calzaba a su vez unos zapatos negros relucientes y se
complementaba con una corbata listada color azul. Del bolsillo de su chaqueta dejaba
asomar un pañuelo corto de seda haciendo juego. Todo un galán dispuesto a
impresionar a los futuros compradores.
Frente a
la puerta de El Pueblo Canario montó sus dominios. Allí contra la pared de los
parterres colocó, uno tras otro, los cuadros para la venta. Una hilera de
coloridos paisajes acompañarían, por ambos lados, a los visitantes hasta que
entraran al recinto.
Tenía
claro que no habría sueldo fijo, pero el reto le agradaba, pues de su habilidad
dependían sus ganancias. Los primeros días fueron desastrosos, pero él se
repetía lo que había aprendido de su amiga la señora Elsa: “Det är en fråga om intresse och tid”.
Los lunes pasaban los turistas ingleses
de los Castles que arribaban al Puerto de La Luz y de Las Palmas. Los jueves
por la tarde y los domingos por la mañana, se dejaban ver muchos turistas de
diferentes países que convocados por los guías de las agencias se acercaban a
ver y escuchar los cantos y bailes folclóricos de la Rondalla Roque Nublo. El
resto de los días, ya fuera por la presencia del Parque Zoológico, por el Museo
Néstor o por la compra de artesanía en la tienda Fataga en aquel lugar siempre había un motivo de acercamiento que
posibilitara una venta. Era un sitio ideal para pasar las horas y ser feliz en
su trabajo.
Él jugaba con los idiomas, pero
deseaba que se acercaran los suecos y por supuesto ellas, las bellas nórdicas
con las que presumía en su lengua de ser el vendedor de las pinturas. Ello le
dejó un currículo cargado de amores de quince días y más dominio del idioma. Pasado
el tiempo cuando adquirió oficio en las ventas, presumió ser el propio pintor
de aquellos estupendos paisajes. Una bella sueca era sin remordimientos un buen
motivo para una mentira piadosa, se decía a si mismo cuando entendía que no
estaba bien aquella suplantación.
Lo cierto es que pasado un tiempo el
negocio fue funcionando. En casa ya llegaban a final de mes y él pudo
permitirse comprar ropa de sport para combinar.
Anne Svensson, una bella sueca que
aquel verano del sesenta y ocho había
cumplido la mayoría de edad, llegó a hospedarse al Hotel Santa Catalina. La
acompañaron sus progenitores y su hermana menor. Su padre, un alto cargo de la
firma Volvo en Suecia, llegaba a la capital para ocupar la dirección de la empresa
e impulsar la venta de vehículos de la marca. Para ello alquilaron un chalet en
la Calle Brasil de Ciudad Jardín. Mientras lo reformaban pasarían el tiempo
necesario en el lujoso Hotel del Parque Doramas.
Fue precisamente la tarde de un
jueves cuando ellos dos: El Señor de los Cuadros y la bella Anne, se vieron por primera vez. Las féminas escucharon desde
el balcón el son de la música. Luego comprobaron el ir de los turistas hacia El
Pueblo Canario, así que bajaron a disfrutar de lo que sucedía en aquel recinto.
Pasaron por delante de El Señor de los
Cuadros y la madre observó los paisajes que estaban expuestos. Inmediatamente
pensó en que alguna de aquellas pinturas podrían lucir en los salones de su
nueva casa. Anne, sin embargo, se fijó en el apuesto vendedor. Éste no dejó de
aprovechar la ocasión para ofrecerle su sonrisa y un leve gesto con su cabeza
en señal de saludo. A él le pareció preciosa con su melena rubia, sus ojos
azules y su esbelta figura. El instinto le llevó a pensar en una nueva conquista.
A ella, aquel joven, moreno le causó muy buena impresión y su sonrisa le tocó el
corazón inmediatamente.
Foto: Mancebo (La FEDAC).
Todo fue muy rápido. Al día siguiente
la joven sueca se acercó con la excusa de dar un paseo. Aquella misma noche
ocuparon el centro de la pista de baile de la Sala El Flamingo, al lado mismo
de El Pueblo Canario. Allí, entre luces rojas, se abrazaron y sintieron sus
cuerpos muy juntos. Mientras en los altavoces sonaba la inconfundible voz de
Dean Martin y sus canción Everybody loves somebody sometime. El corazón de El Señor de los Cuadros bombeaba como
nunca lo había hecho en su vida. Ella le puso la mano encima del pecho como
para tratar de pausar los latidos. Se miraron y ella le sonrió. Él buscó refugio
pegando su cara al cabello de oro de la joven. Estaba muy alterado y solo
cuando escuchó la estrofa final de aquella canción entendió que el destino le
estaba tendiendo un camino nuevo para él. Ya había finalizado la canción cuando
se miraron y unieron aún más, besándose con la intensidad y el cariño que solo lo
hacen los enamorados.
Ella lo amó desde la primera vez que
fijó su mirada en el apuesto joven. Él no podía creer lo que le estaba pasando,
pues se había entregado con tanta intensidad a la joven, que se preguntaba si
estaba viviendo una realidad. Él que había tenido rendidas a tantas suecas de pelos
de oro en sus brazos…
Luego, ella dejó sus estudios en
Londres y no volvió más a pisar aquella triste Universidad de Oxford. Sólo
quería estar junto a su amado y gozar del sol y la alegría de una tierra con tanto
encanto. Él dejó de soñar con Suecia y el frio Estocolmo y no quiso pensar más en
otra mujer que no fuera su amada Anne.
A los dos años se casaron y por fin El Señor de los
Cuadros visitó por primera vez Estocolmo. Ella hizo de guía y ya fuera en Gamla Stan o Grona Lund,
nunca faltaron los arrumacos y las muestras de felicidad.
Vista de Estocolmo. Autor anónimo.
De vuelta en el avión él miró por la ventanilla y se
despidió con una sonrisa de la ciudad de sus anhelos. Recordó con cariño al matrimonio Olsson, y a las horas de estudio de aquel
idioma que le pareció un martirio.
Después, se giró hacia su mujer y besándola le tomó la
mano. Se colgó los auriculares , cerró los ojos y movió el volumen
hasta que a sus oídos llegó la inconfundible voz de Dean Martin que cantaba la
última estrofa de su canción preferida. Aquella que le presagió que algo
cambiaría en su vida: Everybody loves somebody sometime/ and though my
dreams were overdue/ your love made it all worth waiting/ for someone like you…
Lentamente fue traduciéndola, a la vez que hacía un repaso de su vida. Mientras, en su cara se reflejaba un gesto de felicidad: <<Todo el mundo ha amado a alguien alguna vez y sueño
pensando en tu amor, porque merece la pena esperar por alguien como tú… >>.