Con un grupo de alumnos mostrándoles mi antigua casa. Ahí ocurrieron los hechos
Antes, en las azoteas de las casas, cuando las
economías no daban para más que para salir del paso, las familias se las
apañaban colocando palomares, gallineros o conejeras. Con ello se ayudaba, en la
escasez, aportando productos para el consumo. Viene esto a cuento,
porque encontrándose un día mi padre metido en el gallinero cogiendo los huevos
del día Lolilla se acercó y le preguntó:
Amigos de Ciudad Jardín en la calle Gago Coutinho. A la derecha la Residencia de Oficiales, al fondo los Salesianos
A mi hermano Carlos Juan Nieto Reguera, él lo vivió como uno más de aquella familia donde nuestra madre, sin tener para todos y en momentos muy difíciles, supo aumentar el número de miembros familiares.
Lolilla llegó un día hasta la puerta de nuestra casa en Ciudad Jardín,
junto a su madre, pidiendo algo de comer. Ambas mujeres presentaban un aspecto
deplorable, tanto en lo físico con unas grandes ojeras y caras de estarlo pasando muy
mal, como en sus ropas -que más que vestimenta eran verdaderos harapos-. Mi
madre las miró cuando se pararon en la puerta y conoció inmediatamente a la
mayor: ¿Eres de Lanzarote y te llamas Sara, verdad? La señora asintió. Tras
preguntarles cómo estaban y qué necesitaban, las hizo entrar. Desayunaron con
apetito y viendo la situación que presentaban tras la llegada a la isla, y lo
expuesto en ese rato que pasaron calentando las tripas, les ofreció trabajo en
casa a la hija para ayudarla.
Nosotros, los hijos, nos dimos cuenta que aquella
joven con cara de niña y cuerpo de mujer muy poco podría saber. Es más, también nos
dimos cuenta que sus capacidades y habilidades tampoco la ayudarían, pero mamá
era así. Lolilla y Sara estaban necesitadas y eran de Lanzarote. Aquella
casa fue siempre, además de lugar de encuentro de la muchachada del barrio y
sus guitarras, posada y fonda para todos los familiares y amigos conejeros que
venían a Gran Canaria; ya fuera por vacaciones, por enfermedad o estudios. A mi
padre, cuando llegó del trabajo, su esposa se encargó de ponerlo al corriente,
así que él reforzó la postura de su mujer.
Desde el día siguiente Lolilla ocupó su puesto de
trabajo. Poco a poco fue entrando en la dinámica, cogió peso, lucía más arreglada,
llenita y repartía su agradecimiento con sonrisas. Además, nos enseñó algo muy
importante que fuimos descubriendo con el paso de los años: Las luces de
alegría y felicidad que desprendían sus ojos eran
inenarrables. Así que, independientemente de sus limitaciones era la persona más
simpática y ocurrente del mundo; y ello conllevó que nuestra dicha
aumentara de forma considerable con sus logros y repentinas ideas.
Amigos de Ciudad Jardín en la calle Gago Coutinho
-¿Non Nieto, -Así le llamaba- por qué las gallinas
están tan sucias? Mi padre como buen coñón andaluz le contestó:
-Lolilla es que no he tenido tiempo de bañarlas,
alguna tarde de estas me pondré a ello, no te preocupes que verás que lindas
van a quedar.
A la mañana siguiente Lolilla desapareció en aquella
casa inmensa de tres plantas. Pensábamos que andaba ocupada en sus quehaceres,
pero al momento salimos de nuestras dudas, cuando el escándalo de las gallinas
llamó nuestra atención. Subimos tan rápido como pudimos y al llegar a la azotea
nos la encontramos dentro del gallinero, tendida en el piso, llena de
excrementos de las aves y con una de ella agarrada por el cuello. Increíble la
imagen, como para enmarcarla. La ayudamos a salir y le preguntamos qué hacía
allí con aquella pinta. La respuesta fue genial:
-Non Nieto me dijo que las gallinas estaban sucias y
que iba a bañarlas y tengo la lavadora preparada para asearlas…
Efectivamente, la lavadora estaba en condiciones de
usarse. Los mayores recordarán que las primeras máquinas de lavar la ropa,
además de muy escandalosas, no centrifugaban. Para ello tenían un rodillo en la
parte superior por donde se hacía pasar la prenda para oprimirla y que fuera, en
sucesivas ocasiones, perdiendo el agua antes de tenderla al sol. Siempre me he
preguntado si Lolilla también tuvo en mente pasar las gallinas por el rodillo
centrifugador.
Amigos de Ciudad Jardín en la calle Gago Coutinho. A la derecha la Residencia de Oficiales, al fondo los Salesianos
Ella estuvo mucho tiempo con nosotros. Un día llegó
con la novedad de que tenía un pretendiente. Pues bueno, aquella noticia fue lógicamente
la comidilla en casa. ¿Quién sería, de donde vendría, con qué intenciones la
pretendía…? Mi madre andaba muy preocupada con aquella relación. Pero, pasaban los meses, y ella seguía mencionando a su novio, se perfumaba y salía de su
trabajo más arreglada y contenta que antes. Hablaba de las salidas con el chico,
contaba sobre sus paseos, los planes para el futuro… La veíamos centrada y
feliz. En esa medida constante en el tiempo, la pregunta de mi hermano Carlos
Juan fue la esperada y lógica:
-Lolilla y con ese novio que tienes: ¿no piensas
casarte?
Nunca estuvo más acertada en su repuesta. Con aquella
forma especial que tenía de hablar y en un trabalenguas que con el tiempo
fuimos interpretando a la perfección, le contestó lúcidamente:
-Pero Carlos Juan, ¿tú qué te crees? ¡Ni que casarse
fuera “asoplar” y hacer botellas!
Estos días atrás hablaba con mi hermano y recordábamos
aquellas anécdotas con alegría y cierta nostalgia. Lolilla se fue de casa años más tarde. Terminó casándose y teniendo hijos. El final de su marido fue
accidentado y trágico.
Yo volví a encontrarla mucho tiempo después en El Polvorín en una visita que hice al colegio público. La vi muy desmejorada y me acerqué a ella. No le dije quien era, para ver si me reconocía. Ella me miraba con aquellos ojos tan especiales que tenía y lanzaban chispas de curiosidad. Ya presentado, se abrazó a mi y lloró desconsoladamente. Entre sollozos nos nombraba a todos y preguntaba continuamente por mi madre, Non Nieto y mis hermanos.
Yo volví a encontrarla mucho tiempo después en El Polvorín en una visita que hice al colegio público. La vi muy desmejorada y me acerqué a ella. No le dije quien era, para ver si me reconocía. Ella me miraba con aquellos ojos tan especiales que tenía y lanzaban chispas de curiosidad. Ya presentado, se abrazó a mi y lloró desconsoladamente. Entre sollozos nos nombraba a todos y preguntaba continuamente por mi madre, Non Nieto y mis hermanos.
Lolilla fue un ángel bueno en aquella casa de Ciudad Jardín donde todos
fuimos tan dichosos. Así es como la recordamos, con mucho cariño pues siempre
nos compensó con el suyo, con su alegría y también con las geniales ocurrencias.