sábado, 25 de junio de 2016

"Lolilla" (25.06.2016).

                            Con un grupo de alumnos mostrándoles mi antigua casa. Ahí ocurrieron los hechos

A mi hermano Carlos Juan Nieto Reguera, él lo vivió como uno más de aquella familia donde nuestra madre, sin tener para todos y en momentos muy difíciles, supo aumentar el número de miembros familiares.



Lolilla llegó un día hasta la puerta de nuestra casa en Ciudad Jardín, junto a su madre, pidiendo algo de comer. Ambas mujeres presentaban un aspecto deplorable, tanto en lo físico con unas grandes ojeras y caras de estarlo pasando muy mal, como en sus ropas -que más que vestimenta eran verdaderos harapos-. Mi madre las miró cuando se pararon en la puerta y conoció inmediatamente a la mayor: ¿Eres de Lanzarote y te llamas Sara, verdad? La señora asintió. Tras preguntarles cómo estaban y qué necesitaban, las hizo entrar. Desayunaron con apetito y viendo la situación que presentaban tras la llegada a la isla, y lo expuesto en ese rato que pasaron calentando las tripas, les ofreció trabajo en casa a la hija para ayudarla.

Nosotros, los hijos, nos dimos cuenta que aquella joven con cara de niña y cuerpo de mujer muy poco podría saber. Es más, también nos dimos cuenta que sus capacidades y habilidades tampoco la ayudarían, pero mamá era así. Lolilla y Sara estaban necesitadas y eran de Lanzarote. Aquella casa fue siempre, además de lugar de encuentro de la muchachada del barrio y sus guitarras, posada y fonda para todos los familiares y amigos conejeros que venían a Gran Canaria; ya fuera por vacaciones, por enfermedad o estudios. A mi padre, cuando llegó del trabajo, su esposa se encargó de ponerlo al corriente, así que él reforzó la postura de su mujer.
Desde el día siguiente Lolilla ocupó su puesto de trabajo. Poco a poco fue entrando en la dinámica, cogió peso, lucía más arreglada, llenita y repartía su agradecimiento con sonrisas. Además, nos enseñó algo muy importante que fuimos descubriendo con el paso de los años: Las luces de alegría y felicidad  que desprendían sus ojos eran inenarrables. Así que, independientemente de sus limitaciones era la persona más simpática y ocurrente del mundo; y ello conllevó que nuestra dicha aumentara de forma considerable con sus logros y repentinas ideas.

Amigos de Ciudad Jardín en la calle Gago Coutinho 

Antes, en las azoteas de las casas, cuando las economías no daban para más que para salir del paso, las familias se las apañaban colocando palomares, gallineros o conejeras. Con ello se ayudaba, en la escasez, aportando productos para el consumo. Viene esto a cuento, porque encontrándose un día mi padre metido en el gallinero cogiendo los huevos del día Lolilla se acercó y le preguntó:

-¿Non Nieto, -Así le llamaba- por qué las gallinas están tan sucias? Mi padre como buen coñón andaluz le contestó:

-Lolilla es que no he tenido tiempo de bañarlas, alguna tarde de estas me pondré a ello, no te preocupes que verás que lindas van a quedar.

A la mañana siguiente Lolilla desapareció en aquella casa inmensa de tres plantas. Pensábamos que andaba ocupada en sus quehaceres, pero al momento salimos de nuestras dudas, cuando el escándalo de las gallinas llamó nuestra atención. Subimos tan rápido como pudimos y al llegar a la azotea nos la encontramos dentro del gallinero, tendida en el piso, llena de excrementos de las aves y con una de ella agarrada por el cuello. Increíble la imagen, como para enmarcarla. La ayudamos a salir y le preguntamos qué hacía allí con aquella pinta. La respuesta fue genial:

-Non Nieto me dijo que las gallinas estaban sucias y que iba a bañarlas y tengo la lavadora preparada para asearlas…

Efectivamente, la lavadora estaba en condiciones de usarse. Los mayores recordarán que las primeras máquinas de lavar la ropa, además de muy escandalosas, no centrifugaban. Para ello tenían un rodillo en la parte superior por donde se hacía pasar la prenda para oprimirla y que fuera, en sucesivas ocasiones, perdiendo el agua antes de tenderla al sol. Siempre me he preguntado si Lolilla también tuvo en mente pasar las gallinas por el rodillo centrifugador.

          Amigos de Ciudad Jardín en la calle Gago Coutinho. A la derecha la Residencia de Oficiales, al fondo los Salesianos

Ella estuvo mucho tiempo con nosotros. Un día llegó con la novedad de que tenía un pretendiente. Pues bueno, aquella noticia fue lógicamente la comidilla en casa. ¿Quién sería, de donde vendría, con qué intenciones la pretendía…? Mi madre andaba muy preocupada con aquella relación. Pero, pasaban los meses, y ella seguía mencionando a su novio, se perfumaba y salía de su trabajo más arreglada y contenta que antes. Hablaba de las salidas con el chico, contaba sobre sus paseos, los planes para el futuro… La veíamos centrada y feliz. En esa medida constante en el tiempo, la pregunta de mi hermano Carlos Juan fue la esperada y lógica:

-Lolilla y con ese novio que tienes: ¿no piensas casarte?

Nunca estuvo más acertada en su repuesta. Con aquella forma especial que tenía de hablar y en un trabalenguas que con el tiempo fuimos interpretando a la perfección, le contestó lúcidamente:

-Pero Carlos Juan, ¿tú qué te crees? ¡Ni que casarse fuera “asoplar” y hacer botellas!

Estos días atrás hablaba con mi hermano y recordábamos aquellas anécdotas con alegría y cierta nostalgia. Lolilla se fue de casa años más tarde. Terminó casándose y teniendo hijos. El final de su marido fue accidentado y trágico. 

Yo volví a encontrarla mucho tiempo después en El Polvorín en una visita que hice al colegio público. La vi muy desmejorada y me acerqué a ella. No le dije quien era, para ver si me reconocía. Ella me miraba con aquellos ojos tan especiales que tenía y  lanzaban chispas de curiosidad. Ya presentado, se abrazó a mi y lloró desconsoladamente. Entre sollozos nos nombraba a todos y preguntaba continuamente por mi madre, Non Nieto y mis hermanos. 

Lolilla fue un ángel bueno en aquella casa de Ciudad Jardín donde todos fuimos tan dichosos. Así es como la recordamos, con mucho cariño pues siempre nos compensó con el suyo, con su alegría y también con las geniales ocurrencias.












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