Hoy he recibido la triste noticia del fallecimiento de Panchito el de los Helados. En el año 2007 publiqué mi libro A vista de Gaviota (Colección Doramas I) y entre sus páginas tuve un recuerdo para este personaje tan popular en Las Palmas de Gran Canaria. En su memoria adjunto ese recuerdo para el que quiera leerlo. Que descanse en paz Panchito.
Ventas callejeras. Los
Cantos.
Para surtir de víveres a las familias sólo había dos
tiendas en Ciudad Jardín, la de "Manolito", ya nombrada con
anterioridad, y la denominada "Isla de Cuba" de más empaque
que la anterior, ambas en la Calle León y Castillo. Así que, para las compras
de alimentos, las familias estaban obligadas a invertir en ellas sus ajustados
recursos económicos. Para las prendas de vestir y calzados, había que
desplazarse a Triana o al Puerto. Otros productos, los vendedores callejeros
los traían hasta la cancela de las casas, haciendo sonar sus cantos. Y este
trabajo lo hacían de la forma más llamativa posible. Sirvan los siguientes
ejemplos.
Durante cierta época, dos jóvenes que vendían hielo
visitaron el barrio. Este producto servía para refrescar las soleadas mañanas
del verano. Naturalmente, tenían éxito, pues a los hogares aún no habían
llegado los frigoríficos y la posibilidad de mantener en sus congeladores tal
preciado producto. Portaban una carretilla con dos grandes bloques de hielo a
los que les sacaban, con un artilugio metálico en forma de cajetín y provisto
de un raspador en su base, las escarchas que en una primera fase de la
operación se agolpaban en el interior del aparato hasta llenarse y coger la
forma cuadrangular, para luego perder su transparencia por el colorante que le
rociaban. Sus voces llamando a la compra
se escuchaban en todo Ciudad Jardín: -"¡Hielo, hielo; al sabroso hielo
con sabor...!" A los chiquillos les gustaba, pero no tanto a sus
madres que sufrían el lavado a mano de las camisas pringadas por el efecto de
un producto casero de dudosa calidad alimenticia, pero de un intenso poder
colorante.
Hablando de buenos sabores, "los helados de
Panchito" deben de tener mención especial. Este buen hombre se
acercaba cada día al barrio y era uno de los personajes preferidos. Tenía un
carro de madera pintado de amarillo, con dos ruedas del que subían cuatro
columnas que sostenían un techo destinado a evitar el sol y la lluvia. A Panchito
se le podía ver en cualquier parte, sobre todo, coincidiendo con los horarios
de salidas del alumnado de los colegios de la zona. Hacía sonar una trompetilla
dorada y cantaba un singular: "Hay helaaaaados", lo que
estimulaba las glándulas salivales de sus jóvenes clientes.
Su atuendo era muy cómodo, seguramente para poder
arrastrar aquel carro, tan pesado, durante tantas horas. Se abrigaba con una
camisa gris, con rayas, y largas mangas que recogía por encima de sus codos; el
pantalón de franela, también de color gris, caía sobre unas alpargatas de
esparto gastadas por el paseo constante. Mientras iba de un lado para otro,
acostumbraba a cantar canciones de la época o a silbarlas. Y eso lo
interpretaban los chicos como signo de felicidad, por lo que parecía realmente
dichoso con su trabajo. Muchas veces, los chiquillos coreaban sus canciones y
él reía a placer.
En ocasiones lo ayudaban en la venta y traslado de
su carro, mientras él iba montado en alguna de sus bicicletas dando un paseo. A
cambio, recibían unos buenos helados de vainilla o chocolate emparedados entre
crujientes galletas, con el tope del servidor puesto al máximo lo que aseguraba
que la cantidad de helado fuera acorde con el esfuerzo realizado. Cargaba sus
productos en la Heladería Beltrá, situada frente al Cine Goya. Era todo un
ritual, pues primero llenaba el carro de trozos de hielo y a continuación, iba
metiendo en su interior los recipientes metálicos con los sabrosos productos.
Luego, a caminar y a repartir felicidad entre los más pequeños. A Panchito se
le vio durante toda la vida arrastrando su carro, mientras anunciaba su venta
de la misma forma que lo hizo toda la vida: <<"Hay
helaaaaados">>.
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