El chico se sentaba en la cancela cuando llegaba la oscuridad. En
aquellos tiempos la luz no había llegado a la calle de Ciudad Jardín. Así que cuando el día se despedía, todo eran sombras. Pero él la
silueta que esperaba era la de su padre que regresaba siempre a oscuras.
Lo conocía por su andar y el cigarrillo Vencedor moviéndose en su mano
derecha al ritmo de sus pasos. El corazón le daba un vuelco: «Por fin»
se decía. Una caricia con los dedos entre sus pelos y un «Hola Quinillo,
¿me esperabas? Sin más, le daba la última calada al cigarrillo para
luego apagarlo:«Vamos adentro, anda que aquí hace frío» y el chiquillo
se agarraba a la cintura de lo que dejó de ser sombra para convertirse
en sí mismo.
El autor vivió toda su juventud en Ciudad Jardín. El amor por el Barrio de Las Palmas de Gran Canaria está presente en su obra. Ahora, cada día, se convierte en un caminante que aprovecha cada pensamiento, cada recuerdo para plasmarlos en un papel.