Le decían el Fugitivo
por cuestiones que igual podrán imaginar tras la lectura de estas líneas. La
verdadera razón la guardaré. Creo que es mejor dejar el secreto en el silencio
que va otorgando el paso de los años.
Era la época cuando se emitía en la televisión la famosa
serie del mismo nombre. Se trataba de la historia de aquel médico llamado
Richard Kimble que escapó de la justicia cuando iba camino de la muerte. El
protagonista se escabullía siempre del incansable teniente Phil Gerad, al que todos
los televidentes odiaban a más no poder.
Bueno pues Ángel, así se llamará para este relato, era un casi
cuarentón muy atractivo, con buena planta. Un hombre agraciado que llamaba la
atención de las mujeres. Y él lo sabía y se comportaba como un castigador, pues así
decían de aquellos que provocaban amor entre las del sexo opuesto y al final
no correspondía a ninguna, ya que todo era en un paripé para obtener sus
cariños. Romances que no siempre terminaban todo lo bien que él deseaba. Pero
en fin…
Cuando los componentes de la banda Los Alcorac´s hacían
sonar las guitarras, allá donde fuera, él siempre los acompañaba. Pero digamos
que su hábitat natural era la Sala de Fiestas de la Piscina Julio Navarro. Allí
el hombre se sentía a gusto. Llegaba siempre cuando la función había comenzado.
Decían los amigos que era para que todas se fijaran en su entrada al recinto.
Lo hacía a lo estrella de Hollywood sobre la alfombra roja.
Vestía con un terno de corte inglés impecable. Calzaba unos zapatos de punta fina relucientes. Su corbata hacía juego con el pañuelo que asomaba en el bolsillo de la chaqueta. Su peinado, con una moña ajustada con brillantina, era un modelo difícil de imitar. Caminaba erguido cual modelo en pasarela. Bajaba por la rampa de entrada sin mirar a nadie. Solo tenía en mente llegar a su destino que no era otro que la barra de la cantina. Conseguido su objetivo se situaba justo al lado de las grandes cristaleras y sacaba su paquete de Philips Morris. Desde allí observaba la pista de baile y sin prisas repasaba el ambiente. Mientras, encendía uno de los pitillos golpeándolo contra la caja hasta que lo depositaba en la boca. Luego, con un gesto obtenido por la práctica, abría su chaqueta y del bolso interior sacaba un encendedor Dupont. El antiguo mechero, cascado de tanto sobarlo, lanzaba una llamarada multicolor que encendía el cigarro a la vez que le daba su primera calada. Inmediatamente dejaba salir de su boca el humo para que parte de él entrara de nuevo por su nariz en una operación cíclica. Toda una puesta en escena digna de un gran actor.
Solo bebía leche con pipermín, tres o cuatro copas en la
noche. Seguramente para ser diferente a los otros que se agolpaban en la barra
tomando cubalibres o gin-tonics. La bebida de su vaso se convertía rápidamente en una
mezcla de color verde claro. Ángel decía que le ayudaba a mantener su aliento
fresco y que sus acompañantes lo agradecían.
Además de toda aquella obra de teatro, el Fugitivo tenía un repertorio de cuatro o cinco canciones que
solicitaba de Los Alcorac´s. Éstos no eras partidarios de tales temas, pues
para eso estaba la orquesta que simultaneaba, pero por un amigo se hacía todo. Tenía
adoración por la música romántica. Adoraba las composiciones del
francés Adamo. Se acercaba a la Banda y cuando la pista de baile estaba en su
apogeo pedía que le pusieran acompañamiento a alguna de ellas. Entonces sonaba la intro
y él esperaba a que tuvieran que repetirla como mínimo tres veces. Consistía en
hacerse esperar hasta que subía al escenario con parsimonia y tras dejar su
coctel sobre el primer amplificador que encontraba a mano, agarraba con sus dos
manos el pedestal del micrófono y con gestos de veterano vocalista entonaba
desgarradamente: “Cae la nieve y esta tarde no vendrás, cae la nieve y mi amor de luto
está. Es como un cortejo de lágrimas blancas y el pájaro canta las penas del
alma…”.
Mientras, desde lo alto del escenario oteaba toda la pista de baile en busca de su más
que probable víctima. Cuando al final de la canción se escuchaban los aplausos
de los presentes, devolvía agradecido el premio que le otorgaban y daba las
gracias a los músicos. Luego, recogía su bebida y abandonaba el escenario con
destino a rematar la faena.
Tiempo después en la Piscina Julio Navarro se acabaron los
bailes y no se escucharon más los sones de las melodías. Ángel dejó sus
actuaciones en aquel teatro. Luego, alguna vez que otra iba por el Parque
Doramas, donde en el quiosco El Olivo
se reunía con los amigos y tomaba algunos botellines. Ya no le acompañaban la puesta en escena, ni
sus triunfales entradas con su terno de corte inglés, ni sus conquistas producto
de sus interpretaciones y mucho menos sus cócteles de pipermín con leche.
Sin embargo, seguía siendo el Fugitivo, alguien con quien no todos
los romances estaban libres de convertirse en la trama
de una serie de televisión y mucho menos que acabaran con un final feliz.
Que buenos recuerdos de aquellos tiempos. Te felicito por tu texto tan logrado
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