Del libro "A Vista de Gaviota" .
Ciclope Editores. Joaquín Nieto
Ciclope Editores. Joaquín Nieto
Piscina Julio Navarro. Foto tomada de La Provincia.es
Cuando llegaba la noche, la Piscina Julio Navarro
era el lugar preferido de los miembros de la Banda del Cerepe. A esas
horas, desaparecía la práctica oficial y llegaba la libertad. En ese tiempo
oficial y con el rigor del entrenamiento, sólo contados cerepes, acudían
a someterse a las variadas disciplinas de la natación, pues si es cierto que
algunos pasaron por distintos clubes, lo apetecible para ellos era la aventura
de la pesca submarina, sin olvidar que en la modalidad de saltos Angelito el
Rubio y Juan el Moreno pujaban por estar entre los mejores
saltadores.
El complejo deportivo provocaba una actividad
constante. Los clubes que tenían adjudicados ‑Alcaravaneras y Unión Deportiva
Las Palmas- se disputaban la primacía y el privilegio de desear contar en sus
filas con los mejores nadadores y cuando llegaba la competición, aunque fuera
local, y se acercaran los del Club Natación Metropol el elenco de nadadores,
campeones nacionales y europeos, que allí se reunían, hacían las delicias de la
chiquillería. En sus retinas, siempre quedarán las excelencias de nadadoras
como Rita Pulido y las hermanas Martín entre las féminas, y Nazario Padrón, los hermanos Lang Lenton y Cabrera, entre los hombres.
Como se dijo anteriormente, la otra práctica, la no
oficial, la realizaban los de la Banda del Cerepe una vez finalizaban las oficiales, o sea de noche y,
por tanto, con la escasa luz que aportaba la luna. Ataviados con bañadores -los
que venían preparados para lo ocasión-, o sin ellos, el juego preferido era la
cogida, pero en el agua y con los trampolines y palanca como recursos. La
alegría era desbordante y el escándalo mayúsculo y aunque las voces y risas
llegaran a todos los rincones del barrio, tenían la confianza y amistad de los
serenos, por lo que la tranquilidad era absoluta.
En una ocasión, los operarios vaciaron la piscina y
comenzaron con el tratamiento de cloración y pintura, lo que les llevó una
semana. A la vez, otros empleados engalanaron todo el complejo y colgaron en
los muros de acceso y en el bar restaurante los carteles que anunciaban el “Campeonato
de Europa de Natación”. Los chicos no se lo podían creer, por fin verían a
los legendarios nadadores del continente, así que la noticia corrió como la
pólvora. Luego, con la reflexión, les embargó una sola inquietud: ¿la entrada
sería gratuita?
El correr del tiempo se hizo interminable, pero al
fin llegó el día deseado. Las selecciones nacionales de los países europeos
habían ido llegando y con ellos la española, entre los que había una abundante
representación canaria. Las autoridades hicieron acto de presencia y se dio por
inaugurada la competición. La asistencia de público, ese día y el resto, fue
masiva y entre ellos naturalmente estaban los cerepes que usaban como “pase
de privilegio” un rasgón producido intencionadamente en la base de la valla
metálica exterior del recinto y que, una vez realizaba su cometido, se volvía a
disimular con es- mero. Después, sentados en las gradas preferentes, animaban
sin desmayo a los nacionales y como no, a la selección sueca femenina.
Las nadadoras suecas eran rubias como el oro y muy
guapas. Luego, con el paso de los días, embellecieron por los efectos del sol
canario. Así que, por las condiciones de ser buenas nadadoras y hermosas
señoritas, los estímulos les llegaron pronto desde las gradas, al menos desde
los asientos ocupados por los de la Banda del Cerepe, que voceaban al
unísono los nombres de cada una de las chicas y sus aplausos sonaban con más
fuerza. Y comoquiera que la expedición escandinava estaba hospedada en el Hotel
Metropol, el traslado lo hacían caminando y bien acompañadas, a pesar del
disgusto de los suecos que no veían con buenos ojos la presencia de los
canarios alrededor de sus bellas chicas.
A los pocos días, las atenciones de las chicas se
fueron diluyendo y entraron en la indiferencia más absoluta. Ya los gritos de
ánimo no eran correspondidos con sonrisas y gestos de agradecimiento. Ni
siquiera pudieron acompañarlas en el regreso al Hotel, pues alquilaron una
guagua que transportaba a todos los seleccionados y equipo técnico. El cambio
fue brusco y los cerepes lo notaron. No hizo falta estrujarse la cabeza
pensando qué motivo había influido para el cambio de actitud, pues a la vista
estaba que los entrenadores habían llamado la atención a las nadadoras como
consecuencia de las quejas de sus compañeros. El enfado fue mayúsculo y
llegaron a la conclusión de que deberían vengarse. Así que, a la mañana
siguiente, durante el entrenamiento de la selección escandinava y pensando cómo
desquitarse de los “vikingos celosos”, surgió la fórmula.
Rita Pulido. Foto tomada del Blog la "Historia de la Natación en Canarias" de R. Reyes.
Los nórdicos usaban, durante las pruebas, unos
bañadores cortos de color limón y de una tela muy especial que se ajustaba al
cuerpo para no oponer resistencia. Sólo los utilizaban en competición y para
mejorar marca, pues para entrenar tenían otros de menor calidad, así que, una
vez que realizaban su función, los tendían al sol en la parte posterior de los
trampolines. Jero y Quino se percataron de la
dinámica y acordaron actuar. Así que, en un descuido, incluso de sus
propios compañeros, pasaron por el secadero y se echaron dos bañadores a los
bolsillos. Luego, lo comentaron con el resto y mostraron sus excelencias. No
pasó mucho tiempo para que desapareciera la saca donde se guardaban todos los
bañadores de competición. La consecuencia fue que tuvieron que nadar el resto
del Campeonato de Europa con los de entrenamiento.
No hubo más contacto con las chicas y el día de la
clausura algunas de ellas se despidieron con pícaras sonrisas, gestos
interpretados por la Banda del Cerepe como de conocimiento y aprobación
de la trama llevada a cabo.
La clausura cerró el Campeonato de Europa de
Natación, pero aquella misma noche, en la Piscina Julio Navarro, hubo desfile
oficial de la Selección de Natación
de la Banda del Cerepe. Uniformados con los bañadores verde limón, y al
compás del pasodoble Islas Canarias, unas veces tarareado y otras silbado,
dieron dos vueltas alrededor de la piscina, una en homenaje a las bellas suecas
que les habían prendado y otra en agravio y burla de sus compañeros vikingos
celosos que habían acabado con sus ilusionados proyectos.