En 1963 aún éramos menores de edad. En Ciudad Jardín disfrutábamos de todas las oportunidades que se nos presentaba para divertirnos; y eran muchas. En nuestras casas los receptores de radio se convirtieron por obligación en los centros de atención de las familias. La televisión comenzó un año después a emitir programas nacionales, pero era muy raro que algún hogar dispusiera de una aparato que permitiera ver las imágenes de lo que pasaba por el mundo. Caminabas por las calles de Ciudad Jardín y, además de ver muchos niños y niñas, escuchabas música, siempre música; era por entonces un barrio muy alegre, con mucha vida.
Los antiguos alumnos del colegio Salesiano, en el lugar donde hoy están las oficinas parroquiales y en unos cuartos subterráneos desaprovechados, colocaron su sede y allí arreglaron un espacio para que pudiera ensayar una rondalla. Don Anselmo, un señor muy respetado y amable, llevaba la batuta. Era hombre dotado de una paciencia infinita para los aprendices. Recuerdo que vivía en la subida de Escaleritas, en aquellas casas que se construyeron al inicio de la barriada. Allí, en el sótano de colegio, iniciamos nuestros primeros pasos como músicos. Las guitarras, laúdes, bandurrias, panderos, timples, acordeones, palillos y hasta una armónica trataban de sonar al ritmo y compás que marcaba la órdenes y el pie derecho del maestro que hacía sonar, para que no perdiéramos el ritmo mientras tocaba su bandurria.
Con el tiempo y algún repertorio aprendimos los acordes y luego las canciones suficientes para enfrentarnos a algunas actuaciones como rondalla. No lo hacíamos mal, eso nos decían. Actuábamos en las fiestas del colegio y visitábamos casas de ancianos y esos lugares donde la alegría de la música sabe a miel. Con posterioridad, de forma paralela a la rondalla, creamos un invento afortunado llamado "tuna". Íbamos camuflados de universitarios, con unas capas estudiantiles y nuestras cintas y escarapelas. El objetivo era llevar la música a todos los restaurantes de la capital, donde el pandero hacía un recorrido final entre las mesas para recoger el agradecimiento en forma de monedas por llevarles las alegrías a los turistas. Gracias a eso íbamos escapando cada semana, pues las cosas en nuestras casas no estaban para grandes dispendios.
En 1965 recuerdo que un grupito de amigos, de aquellos músicos, tras la salida del ensayo, sentados en la esquina de la calle Alejandro Hidalgo con Leopardi, entonábamos canciones de The Beatles y algún que otro bolero. Ya los temas del grupo de Liverpool llegaban a través del Puerto de la Luz y de Las Palmas de Gran Canaria, traídos por la marinería inglesa y negociados por los cambuyoneros. Los hacíamos sonar en tocadiscos donde pegábamos nuestros oidos para escuchar bien la letra y sacar los acordes. No había otra fórmula pues no eran tiempos de internet ni de youtube. En el kiosko de la Plaza de las Ranas nos hacíamos con alguna que otra partitura, la verdad que no había en abundancia. Aquella noche los sonidos de "Love me do" o "Can´t buy my love" se mezclaban con los boleros de siempre, naturalmente de Los Panchos o Lucho Gatica. Un señor mayor que paseaba se paró y nos escuchó atentamente. Aplaudía cada tema y nosotros se lo agradecíamos. Cuando se marchó nos dejó un mensaje premonitorio: "Tómenlo en serio, hay madera y suena muy bien".
Aquellos años, en cada barrio de la capital y pueblos de la isla, había una banda de rock. Nosotros soñábamos por compararnos con los grandes del momento. The Beatles, The Rolling Stone, The Kinks, The Beach Boys y un largo etcétera sonaban en los receptores de nuestras casas y en los transistores que colocábamos en medio de nuestras reuniones. En España Los Brincos, Los Canarios, Los Bravos, Los Mustang tenían canciones que también nos encantaban. Así que puestos a imitar a los grandes decidimos comprar los aparatos para hacernos "famosos". Solo había un serio problema, los instrumentos para hacer aquella música costaban mucho dinero y nosotros solo contábamos con lo que podíamos obtener de nuestro trabajo como recolectadores de panderos.
Orbis era una tienda que estaba en Triana, pionera en venta de los primeros instrumentos electrónicos. Su dueño era don Manuel Santana Alonso. Pasábamos por allí constantemente. Al final hicimos un presupuesto de lo más barato y presentable. Tanto cansamos al propietario que el buen hombre nos prometió que si encontrábamos una aval nos permetiría pagarlos a plazo. Guitarras y bajo, amplificadores y una batería normalita que sirviera para llevar el ritmo. Marcas como Höfner para una guitarra, otra Fender, un bajo Framus y una batería Premier, además de tres amplificadores Hohner de los más sencillito del mercado. Don Recesvinto Trujillo Febles, presidente de los antiguos alumnos salesianos nos avaló la operación. Fue una gran alegría para los cinco que ya habíamos decidido formar la banda. Fundadores de Los Alcora´s fuimos: Jesús Pisos Suárez (DEP) (Jesús, primera guitarra) José María Blanco Sosa (Blanco: guitarra de acompañamiento o melódica, como se decía por entonces) Joaquín Nieto Reguera (Quino: bajo), Aurelio Cabrera (Yeyo: batería) y Jerónimo Gómez Martín (Jero: teclista).
Recuerdo que el primer día llevamos los instrumentos a mi casa. Allí en una habitación del tecer piso, al lado de la azotea, iniciamos nuestros ensayos. Estábamos deseando actuar porque el mes se nos venía encima y la primera cuota de pago también. Pero veíamos que no era tan fácil como pensábamos. Los instrumentos eran distintos a los que habíamos usado y las cuerdas eran metálicas, lo que nos hacía apretar mas los dedos contra los trastes y nos salían continuas bolsas. No habíamos caído en otro gran detalle, necesitábamos un cantante pues solo nos defendíamos con voces. Al final se encontró la solución en tocar canciones instrumentales para salir del paso. Por fin llegó la hora de actuar. Tres actuaciones hicimos con resultados peores de lo que esperábamos. Pero, poco a poco, fuimos saliendo adelante y tocando en distintas salas y hoteles, lo que nos aseguraba el pago de nuestra deuda. Inauguramos la Sala de Fiestas de la Residencia Corintos y éramos asiduos de los bailes de la Piscina Julio Navarro, asi como en diferentes clubes, hoteles del sur y salas de fiestas de la isla.
En el año 1967 nos llegó la noticia de que en la Piscina del Club Natación Metropol se haría un concurso para bandas de rock (Jueves Juventud) y nos animamos a presentarnos. Allí acudirían los mejores grupos, sus componentes eran muy buenos amigos y de lo mejorcito que había en el mercado. De entre tantos Toba, Manolín Reyes, Manolín Guerra, Fito, Vicente Ferrera, Benjamín Domínguez... Localizamos un local en la azotea del Real Club Victoria de las Canteras y allí pasamos tres meses de ensayo para preparar los temas que íbamos a presentar. Todas las piezas fueron instrumentales de The Shadows, Relámpagos, etc. Y con ese bagaje fuimos pasando fases hasta la final donde llevamos el tema Telstar de The Tornados y Mercado de Esclavos de Jesús Pisos. Tuvimos la fortuna de ganar el concurso y ello nos abrió muchas puertas en toda Gran Canaria. Grabamos un disco como premio de aquel concurso, pero nunca salió a la venta por desavenencias en los porcentajes. Esas grabaciones se perdieron, desgraciadamente.
Actuación en C.N. Metropol la noche que ganamos el Certamen en 1967.
Para esas giras ya teníamos cantantes de plantilla que dejaron muy buena huella, Paco Espejo (El Nariz) que había dejado Los Filipinos se nos presentó un día por el local de ensayo. Cantaba con un gorro mexicano y un acento muy particular que encantaba. A su marcha, contratamos a Boro El Boca que tenía una voz de sueño muy parecida a la de Tom Jones. Ellos dos fueron los que más tiempo ocuparon el micrófono formando parte del grupo, dándoles a la banda un empaque muy considerable, pues los instrumentos funcionaban y con voces de primera ya no podíamos pedir más. Esos años fueron de sueño y con mucha demanda. Había trabajo para todas las bandas y aunque tuvimos que sacar un carnet de músicos para poder actuar, era tal el auge de la música en vivo en la isla, que trabajábamos todas las noches. Nunca disfruté tanto como aquellos años de los sesenta en los que la música formó parte de mi vida. Pero se presentó un problema: los estudios...
En el año 1968, mi padre, militar profesional, llegó a la conclusión de que aquella vida no era la que deseaba para su hijo menor, estudiante de magisterio —a tiempo parcial diría yo...—, así que cayeron los pelos que cubrían los hombros y la espalda y dejó de sonar la guitarra al alistarme en el ejército como voluntario. No solo perdí la cabellera, también una gira por Madeiras donde la banda actuó durante días, y se presentaron a un certamen logrando otro primer premio. La noticia me llegó a Hoya Fría donde estaba en el CIR pelado a rape y con los ojos llenos de lágrimas. La cartas de mis amigos no dejaban de llegar y el tiempo se me hacía interminable. Recuerdo la visita de mi amigo Yeyo (batería). Me miró y al verme con aquella pinta se le nublaron los ojos. Nos abrazamos y me puso al corriente de como iban las cosas en el grupo. Dos horas después estaba solo de nuevo y con mis sueños puestos en Los Alcorac´s.
En esa época ya habíamos pagado todos los instrumentos y compramos material nuevo. Nos desplazamos a Santa Cruz de Tenerife y adquirimos un equipo nuevo. Amplificadores Coral (USA) que llamaban la atención por sus excelencias tanto en sonido como en acabado y presentación. Pagamos al contado y salimos de allí sin deuda alguna. Los malos tiempos habían quedado atrás.
A mi vuelta comenzó el declive, Jero dejó la isla para ir con su familia a Fuerteventura. Su padre fue destinado a la isla majorera y él tuvo que partir con ellos. Le sustituyó Laureano Esteban Moreno (Lauro) amigo del barrio que encajó como era de esperar. Luego, Jesús Pisos abandonó la banda allá por el año 1969. Estábamos ante un gran problema, pues no íbamos a encontrar un guitarra como él. Fundador, compositor y con la fuerza y belleza de un líder nato con la guitarra. Y efectivamente así fue, jamás lo sustituimos y nos arreglamos con una sola guitarra.
En 1970, me despedí del grupo. Un contrato en el Hotel Don Juan llegó y animó a los amigos a actuar cada noche. Aguanté durante un par de semanas y me retiré. Ya no podía compaginar mi trabajo y la música. Creo que un año después se separaron y algún compañero siguió actuando por su cuenta en otras bandas e incluso orquestas. Yo mataba el gusanillo ensayando con Alfonso Pisos (DEP) que tocaba la batería y con Héctor Morales (Teclista) y naturalmente yo al bajo.
No sé si las cosas siguen igual, aquellos años fueron maravillosos. Hablo mucho con Toba y lo admiro por sus conocimientos y persistencia. Creo que continúa con las mismas ganas de siempre, tiene muy claro que la música es su vida y así la vive; es un ejemplo a imitar. Yo tengo claro que la música también ha sido parte de mi vida y me siento orgulloso de haber estado presente en el arranque de algo tan lindo que surgió en los sesenta y que, desde mi punto de vista, se tiene olvidado. Además, sigo siendo un gran admirador de los músicos y de ese arte que embellece y anima nuestros días. Por otro lado tengo un hijo músico que canta y compone. Es hombre de rock (heavy) y me enseña por donde van los derroteros actuales. Hijo de gato caza ratones...
No quería dejar la oportunidad de escribir estos recuerdos. Espero que les guste y entiendan que cada cual vive su vida como la ama, y esta fue la forma como yo la viví, cargado de amor por el rock y con ilusiones infinitas.
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