Era
uno más entre los chicos del barrio, pero no era igual al resto.
Nos conocía a todos por la talla de nuestros pies. Tenía obsesión por el
calzado y le encantaba ponérselos nuevos, así que cuando iniciábamos la
vida de nuestros mocasines, sandalias, botas, etc. él se ocupaba de lucirlos y
también de alargarlos. En casa éramos
tres hermanos y cuando llegaba el mes de mayo, nuestra madre nos
compraba zapatos nuevos, pues íbamos empaquetados a la procesión de la Virgen
Auxiliadora por Ciudad Jardín. Mis calzados estaban libres de ser puestos, ya que era el menor de la familia, pero mis dos hermanos lo traían desde unos
días antes para que los luciera y alargara subiendo las escaleras de los tres
pisos que tenía la casa donde vivíamos. En esa costumbre yo me hice mayor
y entré en el protocolo, por lo que también lucía y alargaba los míos. Hace años que se fue por una mala
dolencia, seguro que allá donde esté seguirá mirando los pies y probándose los
calzados nuevos de todos los amigos que sufran la consecuencias de un complemento tan delicado.
El autor vivió toda su juventud en Ciudad Jardín. El amor por el Barrio de Las Palmas de Gran Canaria está presente en su obra. Ahora, cada día, se convierte en un caminante que aprovecha cada pensamiento, cada recuerdo para plasmarlos en un papel.