A mi amigo Rafael Curbelo Armas. Por su inagotable generosidad y dedicación a la investigación y difusión de nuestro acervo cultural. Muchas gracias por las atenciones.
Foto de MaxRexDefault. Ciudad Jardín
Caminaba hace unos días por
Ciudad Jardín, cuando recordé esta historia que me contó una señora que se dio
a conocer como institutriz en los jardines del hotel Santa Catalina. A su vez,
ella dijo haberla obtenido de un caballero con el que había entablado amistad años
atrás. Me pareció que dominaba con mucha exactitud todos los detalles, para ser
tan solo amiga, de esta forma me lo contó y así lo narro.
En los años ochenta del
siglo XIX, el británico Alfred L. Jones puso los cimientos de su gran imperio
mercantil en la isla de Gran Canaria. A partir de la construcción de una
estación carbonera en el Puerto de La Luz, a la que llamó The Grand Canary
Coaling, fue incrementando sus negocios en diferentes frentes, con una visión
de futuro digna de un gran emprendedor.
Con el paso de los años y
para mantener este emporio, se supo rodear de los mejores especialistas
británicos e isleños. Para ello, abrió un despacho y mandó en el terreno
de la economía, al joven y prometedor Mr John Britt, quien, por aquel entonces,
ya intervenía en la capital inglesa en los negocios del propio Mr Jones.
El economista, cuando recibió
la oferta de viajar a la isla, no lo dudó. Pocos meses atrás había enviudado de
su joven esposa, con la que no tuvo descendencia y nada le ilusionaba más que dejar atrás la capital inglesa.
El nuevo residente, al
poco tiempo de llegar, se hizo construir un chalet en Ciudad Jardín. Allí, la
colonia inglesa fue la precursora de esa zona residencial. La vida en el
lugar era diferente a la de su tierra natal, aunque la cercanía de
los paisanos, el arraigo a las
tradiciones de su país y el clima, acabaron por restarle importancia a la
lontananza.
En uno de aquellos
encuentros para tomar el té, asistidos correctamente tanto por los propios
ingleses, como por los nativos de la nueva burguesía, conoció a Constanza Trejo
y Morales, una señorita en edad de merecer. Su belleza era equiparable a su
fortuna. Nada pudieron hacer los muchos pretendientes canarios, pues el
advenimiento matrimonial llegó sin demoras. Su familia, productores y
exportadores de tomates y plátanos al continente, acogió con buenos ojos aquel
romance. Con el tiempo, llegaría su hijo Daniel Britt y Trejo un chico que <<como
se dice en estas tierras>>, nació con un pan bajo el brazo.
Desde muy corta edad,
los padres del joven decidieron que recibiera una educación a la inglesa. Para
ello dispusieron que ingresara en el famoso St
Paul's School de Londres, cerca del Puente de Hammersmith. Así que los
inviernos los pasaba en casa de su adorable abuela paterna y los veranos en su
mansión de Ciudad Jardín. Al joven Daniel le encantaba disfrutar de la estancia
en Gran Canaria, por lo que deseaba con ahínco que llegara el estío.
St
Paul's School
Así fue
pasando el tiempo y cuando el General Franco se alzó en armas contra el
Gobierno de la República, las visitas veraniegas dejaron de producirse. Su
padre, con buen criterio y debido a las malas relaciones entre España e
Inglaterra, recomendó a su hijo abstenerse de visitarles. Ya por entonces
Daniel era licenciado en económicas y hablaba sus dos lenguas naturales más el
francés. Este último idioma adquirido por la visión universalista de su
progenitor que se mostró favorable a que su hijo dominara cuantas más lenguas
mejor. Recién terminado el conflicto español comenzaría la Segunda Guerra
Mundial. Estas situaciones hicieron que los amigos y vecinos del matrimonio le
perdieran la pista al hispano inglés. Incluso se decía en los mentideros que
sus padres desconocían su paradero.
Lo que sí
supieron los vecinos del matrimonio Britt fue que ambos tuvieron la desgracia
de caer enfermos de tuberculosis, una enfermedad muy común aquellos años.
Primero ella se debilitó. Ni el traslado a casa de los señores Massieu en La
Angostura, en busca de un clima más benigno, fue capaz de ayudarle a superar
tal desgraciada situación. Luego él, a continuación, agravado por la tristeza de
la pérdida de su amor y la escasez de los fármacos, tan escasos debido a las
dos guerras, agravaron la enfermedad. Así que, el hogar de Ciudad Jardín, a partir
de la marcha de los señores a mejor vida y con su heredero lejos de la isla, quedó
habitada por el matrimonio de confianza.
A mediados
de los años cincuenta, regresó Daniel a su vivienda de forma inesperada. Los
vecinos lo encontraron cambiado. Ya no era el joven que había salido de su
última visita tostado por el sol, ni tampoco el risueño y alegre muchacho que
llenaba el hogar de amigos y fiestas. Desde su arribo en un taxi procedente del
Puerto de la Luz, la noticia corrió como la pólvora en los hogares colindantes
Semanas
tardó en dejarse ver a través de las rejas del jardín. Leía cartas y manejaba documentos.
Otras veces escribía incansablemente sentado en una de aquellas sillas
metálicas de la terraza. Esas eran las pocas ocasiones que se le podía
observar, siempre expuesto al sol, puesto que el resto del día lo pasaba
refugiado en su hogar. Decían, de él, que buscaba amparo en la bebida hundido
en su gran tristeza, por la prematura desaparición de sus queridos padres.
Así el
tiempo fue pasando y Daniel Britt, a vistas de los habitantes de Ciudad Jardín,
fue tomándole el pulso a la vida. Los domingos, al mediodía, acudía a la
Iglesia anglicana, para participar en el oficio dominical. Luego volvía a casa
con su lento caminar, vestido elegantemente con su traje frock coat inglés. En su chaleco se podía ver una leontina que
sostenía un reloj de bolsillo. En su mano izquierda portaba un cigarrillo Philip Morris que iba desprendiendo
su peculiar aroma. En sus dedos resaltaban unas manchas de amarillo tostado, producidas
por el efecto de la nicotina. En la mano derecha un bastón, con puño de plata,
le servía de apoyo para poder soportar probablemente alguna lesión de rodilla.
Un pañuelo del mismo color de la corbata asomaba coquetamente en el bolsillo
alto de su chaqueta. Finalmente un sombrero de campana, cubría su cabeza
disimulando el comienzo de la caída de su cabello, ya amenazado por el color
gris azulado de sus canas. A todos estos complementos y características de su
personalidad, le acompañaban su acentuada seriedad y una mirada absolutamente
escondida en sus pensamientos. Al regreso a su hogar, se paraba ante el buzón
de correo para retirar la correspondencia. Un monótono proceder que no
modificaba domingo alguno.
Durante dos
días a la semana, cuando fenecía la luz del día, Daniel Britt abandonaba el
hogar. En efecto, los jueves y sábados se sentaba en la parte trasera de su
elegante coche Austin A30, de color
negro, y partía hacia rumbo desconocido. Su mayordomo José Delgado lo llevaba a
algún lugar del que nadie tenía referencias. Solos ellos dos, el propio
sirviente y Mr Britt Jr, iban en el automóvil. El regreso siempre se realizaba
casi al amanecer. Muchas especulaciones se barajaban en el barrio sobre los
comportamientos, nada habituales, del solitario y misterioso personaje.
Una mañana
de invierno, a mediados de los años sesenta, el doctor Pavillard, médico
de la colonia inglesa en la isla, llegó a la mansión con su maletín de cuero y
su pajarita color malva, en su Rolls-Royce. Nadie
podía pensar que tras aquella corta estancia dentro de la casa, una ambulancia
del Hospital inglés hiciera acto de presencia para llevarlo en camilla. Lo
cierto es que a los pocos días del acontecimiento, por una enfermedad incurable,
descansó para siempre en el Cementerio inglés de San José. El entierro fue
discreto e íntimo. Solo la familia de sus mayordomos lo acompañaron.
Por aquel
entonces, en su casa de Ciudad Jardín ya solo quedaron su hombre de confianza,
entrado en edad, su esposa Dolores y sus dos hijos. Carla, la más joven,
estudiaba idiomas y su hijo Tomás, un aventajado estudiante pero enfermizo
muchacho, inclinó sus preferencias por los estudios de derecho. A ambos, en
vida del dueño de la casa, Mr Britt Jr, les ayudaba económicamente con sus
estudios. El joven Tomás tenía gran afición por la lectura y un extraordinario
interés por la escritura. La chica pasaba sus años visitando países y
empapándose de sus idiomas y costumbres. En el testamento se recogía que los
dos chicos heredaran la propiedad inmobiliaria y una gran cantidad de dinero en
efectivo que les aseguraría sus vidas.
Con la marcha de Daniel Britt, invirtieron en
acomodar la casa a sus gustos y necesidades, pero su habitación fue respetada y
considerada como lugar sagrado. Nadie, ni siquiera Dolores, había querido
romper sus secretos más íntimos, aunque entraba cada semana a limpiar el polvo
y los pisos.
Tomás se
encargó de romper la intimidad. Un fin de semana aprovechó que sus padres y su
hermana Carla optaron por disfrutar de una vieja casita que poseían con árboles
frutales en San Mateo. El futuro letrado abrió la puerta del dormitorio e
inmediatamente la oscuridad le embargó. Se percató de un fuerte olor a humedad
y naftalina. Separó las cortinas y con la claridad del exterior, le llegó la
visión de la tremenda austeridad de aquella habitación. Aquel lugar le pareció
un contrasentido con el lujo que podía verse en el resto de la casa. Muy cerca
de la ventana, y de costado a ella, había un mueble escritorio de caoba que le
llamó la atención. Se acercó y tomó de la parte superior del mueble una llave
que estaba dentro de un pequeño cofre de madera tallado artesanalmente. Metió
aquella llave en la cerradura y notó como una bandeja, que hacía de escritorio,
cedió para posibilitar su apertura. Levantó la tapa y, ante su asombrada mirada,
apareció lo que pudieran ser las razones de la vida del misterioso personaje.
En el
fondo del escritorio y bajo una hilera de cajones había amontonadas, amarradas
y clasificadas por años, cientos de cartas procedentes de Inglaterra. La
caligrafía de los sobres era fina, alargada y casi gótica, muy de moda entre
las féminas de antaño. La calidad de los sobres, el olor y lo cuidado que
estaba todo denotaban un gran esmero por cuidar los detalles. En el reverso, a modo
de remitente, solo tres iniciales M. I. B.. Por un momento quiso dejar todo tal
como estaba, pero la curiosidad pudo con él. Abrió una de aquellas cartas y con
el inglés, de andar por casa, que había aprendido en el Colegio Claret quedó
enterado del valor de lo que tenía entre sus manos. Cuando hubo terminado la
devolvió a su lugar de procedencia, cuidando de no desclasificarla. Siguió
curioseando y la sorpresa saltó ante sus ojos, cuando del cajón central sacó
cinco cuadernos, en cuyas portadas azules aparecían rotuladas la frase:
“Daniel Britt’s Memories: "A
lifetime between longing and waiting".
Tomás pasó el fin de semana leyendo aquellos
diarios. Se tomó con paciencia e interés la amena narración. Solo le preocupaba
no tener tiempo suficiente. Le inquietaba que llegara su familia de improviso.
El domingo, a media mañana, decidió que continuaría leyendo desde que pudiera
aquellos diarios y las cartas que tanta curiosidad le habían despertado. Cerró
la puerta de la habitación y mientras salía de allí, forjaba el
convencimiento de que en aquel escritorio estaba el argumento de su primera
novela. Solo sería cuestión de estudiarlo, de hacerse con los detalles de la
vida del personaje y con el tiempo cambiar nombres para respetar el anonimato
de su mentor.
Pasaron muchas semanas para
que Tomás asumiera toda la información que contenía el escritorio. Una vez que
tuvo claro todo lo ocurrido al desaparecido señor de la casa, se sentó en su
mesa de trabajo. En un cuaderno de campo escribió sin descanso, a fin de
argumentar su nueva obra. Así se expresó para confeccionar la sinopsis:
<<A
los hechos conocidos de su procedencia y marcha a Inglaterra para realizar sus
estudios, Mr Daniel Britt llevó una vida de estudiante aventajado en un colegio
de abolengo, aunque público, St Paul's School de Londres, cerca del Puente de
Hammersmith y de antigüedad contrastada. Ello le dio la oportunidad de codearse
con las familias pudientes de la nobleza inglesa. Con veinticinco años, sus
estudios terminados, fue invitado por su amigo Thomas Baclerk a pasar un fin de
semana en su mansión en Dover, justo en el condado de Kent. Allí, entre lujos,
conoció a Lady Mary Isabel, señora de la casa y a la vez esposa de uno de los
descendientes del duque de Baclerk. Entre ellos comenzó un romance que duraría
años, hasta que en 1940 la Luftwaffe alemana los separó, al sobrevolar el Canal
de la Mancha, e iniciar los bombardeos sobre Inglaterra. Este amor, incluso
desde la lejanía, sería mutuo, profundo y marcaría toda su vida.
El joven
hispano inglés, preocupado por la política, se había enrolado en el
Partido Liberal del Reino Unido. Ante la situación bélica se unió a la
coalición de Sir Winston Churchill. Un buen amigo, enrolado en el Secret
Intelligence Service, dado que conocía el manejo de los idiomas de Daniel Britt, le
pidió que partiera hacia el continente y tomara residencia en París. Estuvo
unos días acuartelado en lo que fue su colegio de menor, o sea el St Paul's
School. En aquellas fechas, aquel lugar, había sido acondicionado como cuartel general del XXI
Army Group, bajo las órdenes del general Bernard Montgomery. De allí se
controlaban las campañas militares y preparación para el asalto al continente de
los aliados por Normandía. Se ajustaba la máquina para acabar con los nazis en
Europa. Allí, también, lo prepararon en sus tareas como espía y le pidieron, además, hacerse pasar
por un español acaudalado de apellido Brito. Para ello, dispondría de
documentación falsa. Su cometido era infiltrarse entre los alemanes ocupantes
de la capital francesa, a fin de ofrecerles informaciones, engañosas o
interesadas, siguiendo las directrices del MI6 del Reino Unido. Así esperaban conocer los movimientos de
las tropas alemanas y manejar información ventajosa.
Sir Winston Churchill
En 1943,
Daniel Brito fue conducido a la costa de Rouen por un submarino de la Royal Navy que lo
dejó en una balsa a media milla de la costa. A punto de amanecer, retrasado por
el mal tiempo que le impedía acercarse a la orilla de la playa, le esperaban
miembros de la resistencia francesa. Pasó unos días en una cabaña en la comarca
de la Bretaña hasta que, poco a poco, siempre de noche, lo acercaron a París
donde lo ubicaron en un palacete de la Rive Gauche del Sena.
Allí muy
pronto comenzaría a llevar una vida de lujos y fiestas a la que acudían
hermosas mujeres, franceses partidarios de los invasores y alemanes de alta
graduación. Entre ellos, no faltaban cargos militares de Hitler, miembros de
las SS y de la peligrosa Gestapo. La información que iba aportando a los nazis,
en primeras instancias verdaderas para ganarse sus confianzas, le procedían de
infiltrados que se amparaban en la oscuridad de la noche. Así pasó tres años en
ese menester, obteniendo valiosa información y colando noticias falsas. Pero,
una investigación de la S.S. acabó
obteniendo el resultado menos favorable para su persona. Según las noticias
llegadas de España, con cuyo gobierno los alemanes mantenían buenas relaciones,
el apellido del espía español no aparecía en sus archivos. Con esas premisas
los alemanes ordenaron su detención.
Daniel
Britt pasó dos semanas en los calabozos de la Gestapo francesa (llamada también Carlingue) que estaba ubicada en el 93 de la Rue Lauriston. Allí fue
torturado por los miembros de la organización, que habían sido reclutados entre
franceses de mala reputación y afines al fascismo. Por mucho que le apretaron no
pudieron obtener palabra alguna de su condición. Las autoridades alemanas, tras
recibir los informes de los franceses afines, acordaron enviarlo al campo de
concentración de Mauthausen, donde ya se
encontraban o habían sido asesinados muchos republicanos españoles.
La noche
prevista para transportarle hasta el tren, la resistencia francesa había sido
avisada del hecho a través de un gendarme infiltrado de los aliados en la comisaría. Así
que, los milicianos estaban preparados y antes de que los militares lograran el
objetivo de dejar al prisionero en la estación, una emboscada, en el cruce de la
Rue Lauriston con la Rue
Víctor Hugo, acabó con los militares alemanes y consiguieron liberar al
espía. Sin embargo, Daniel Britt en aquella escaramuza recibió un disparo en la
rodilla que le hirió de gravedad, temiéndose por su vida.
Pasó Mr
Britt Jr. unos meses escondido en diferentes pisos de París. La resistencia
francesa lo mudaba de hogar durante las frías madrugadas. Una noche, cuando el
herido al menos podía arrastrar su pie, no sin serias dificultades, llegó un
maqui francés con la orden de llevarle a la frontera española para ser
entregado a sus compatriotas de los G.E. (Guerrilleros Españoles del Partido
Comunista).
La entrega
se hizo sin dificultad pero la supervivencia en el monte durante tres años fue
muy dura. Los Pirineos, durante el invierno, eran temibles y las escaramuzas
contra los números de la Guardia Civil española les trajeron en jaque durante
muchas jornadas. Pero el destino de Mr Britt Jr. de nuevo jugó a su favor. Camuflado
en trenes de cercanía, con dinero aportado por los guerrilleros, llegó a la
capital de España. Allí, en la embajada inglesa pudo actualizar su pasaporte,
no sin ciertos problemas, al considerársele muerto por el tiempo pasado sin
noticias de su persona. Lo cierto es que, la nueva documentación le permitió
desplazarse a Gaucín, un pueblo de la Serranía de Ronda. Allí vivió dos años en
una posada de la familia de un amigo que conoció en Canarias. Tras sentirse seguro
y haber pasado en aquel lugar unos meses dedicándole tiempo a la lectura y a
convivir gratamente con los vecinos, bajó hasta Cádiz y embarcó en el buque Ernesto
Anastasio, tomando rumbo a las islas Canarias. Se sintió libre cuando
al tercer día de navegación comprobó que el barco enfilaba la bocaina del
Puerto de la Luz.
Buque Ernesto Anastasio
Ya había
pasado lo peor. Le llegó el tiempo del descanso y de retomar su vida con otros
objetivos. Quería cumplir con aquellos temas que había dejado a medias en su
juventud. Al menos esa era su intención. Las cartas con Lady Mary
Isabel se reanudaron e incluso su visita fugaz a Gran Canaria. Con ello rememoró
sus amorosos encuentros de antaño. Pero su deseo de la unión definitiva
jamás llegó a producirse. Ambos seguían enamorados como el primer día,
pero les separaba el matrimonio de ella y las dificultades para dejar atrás una
familia de tanto abolengo, así como el escándalo que podía suponer en la High
Society del Reino Unido. Debido a esa gran tristeza, cada sábado por la
noche tomaba su coche y se dirigía al Tanger
Club, cabaret de moda, donde ahogaba sus penas entre botellas de whisky y las
sábanas de las señoritas que alternaban en el local. Aquel lugar se convirtió
en su refugio. En contraprestación, sus dueños lo consideraban como el cliente
más asiduo y exquisito de la casa.
Es
importante recordar que Daniel Britt, estando en Inglaterra, había tomado
contacto personal con los allegados de Sir Winston Churchill. Era bien sabido
que el insigne personaje era masón. De las reuniones y enseñanzas del político,
el hispano inglés se inició en la masonería. Por otro lado la decisión de otro
masón de nombre Franklin Delano Roosevelt de Estados Unidos de América de
entrar en guerra contra Hitler, influyó de manera decisiva en que Mr Britt Jr.
echara una mano incorporándose al espionaje a favor de los aliados y su
causa.
Franklin Delano Roosevelt
Viene lo
anterior a colación porque ya en Canarias, de vuelta de sus aventuras, tomó Mr
Britt Jr contacto con los masones de Gran Canaria, que en aquellos momentos de
la dictadura eran perseguidos. Y era en el hotel Santa Catalina, donde
cada jueves por la noche, se reunía para poner en común las ideas e impulsar el
proyecto de la Gran Logia en la isla de Gran Canaria. También en ese
proyecto, por tanto, se estaba jugando la vida como consecuencia del trato que
recibían del régimen franquista. Uno de los momentos más delicados fue en 1952 cuando
hubo que preparar las respuestas por escrito, al jefe del estado
español, el propio General Franco, quien publicara en la prensa del Movimiento, una serie
de artículos antimasónicos con el seudónimo de Jakim Boor >>.
Según
me aseguró aquella institutriz que conocí una tarde en los jardines del hotel
Santa Catalina la historia jamás se había llevado al papel. Noté que desde que
supo de mi condición de escritor se interesó mucho más por darme detalles de la
aventuras del singular personaje.
Seguimos viéndonos muchas
tardes de los jueves, pues decía que era el día libre en su trabajo. Yo dudaba,
pues la edad que aparentaba no era la apropiada para tener chicos a su cargo.
Me animó a escribir la historia. Le prometí que lo haría. Un día no volvió más
al encuentro. Me extrañó mucho la desaparición tan repentina de aquella dama
con quien había tomado tanta empatía.
Después de
dos meses de mi último encuentro, un jueves, un Austin A30 de color negro se paró frente a la entrada del hotel. Yo
esperaba, como siempre, la presencia de la misteriosa dama. Del lujoso auto se
bajó un chófer y me entregó un sobre acolchado. Con posterioridad, vi como el auto
se alejaba del hotel por la calle de servicio. Al pasar a mi altura el oscuro
cristal trasero se abrió y observé la imagen de la mujer. Era la dama que había
sido la emisora de aquellos testimonios tan importantes. Entonces, levantó su
mano que cubría con un guante blanco y esbozó una ligera sonrisa en señal de despedida. Tras el cierre del
cristal el auto abordó la calle León y Castillo y se alejaron del lugar.
Me
temblaba todo el cuerpo. Abrí el sobre con mucho cuidado para no romper el
documento que hubiera en su interior. Allí encontré cinco cuadernos azules
donde en su portada se podía leer:
“Daniel
Britt’s Memories: "A lifetime between longing and waiting".
Además,
entre los cuadernos descubrí una nota muy escueta que decía:
<<Amigo
escritor:
Mientras
han durado estos encuentros, has ganado mi confianza. Por ello, te hago entrega
de este legado que deberás usar para escribir lo que me has prometido. No te
había olvidado y solo he faltado a nuestros encuentros para comprobar tu
interés en la historia que ya conoces. Me alegro mucho de encontrarte aquí
esperándome. Cuando hayas terminado la obra, te pido que lo que hay en este
sobre lo custodies como propio. Cuida de ello para que jamás se pierda. Gracias
por tu compromiso. Atentamente: C.
D. >>.
Ahora
cuando este caminante pasea por Ciudad Jardín y pasa justo por delante de la
casa de los señores Britt, me encuentro mucho más aliviado al dar a conocer, en
parte, lo que durante todo este tiempo he guardado en el más absoluto de los
secretos.
Definitivamente,
con este primer avance ya he comenzado a cumplir mi promesa. Si bien esta
declaración pública es solo un adelanto de lo que con toda seguridad llegará
para desvelar otros detalles de la impresionante vida de Mr Daniel Britt y
Trejo.