martes, 25 de octubre de 2022

Querido Horizonte (25.10.2022).





Allá al fondo, hasta donde podía llegar mi mirada, te veía como una línea recta bastante escurridiza. Te detecté un día yendo para el colegio, con mi baby blanco y la maleta colgando de mi mano derecha. Aún no estaba construido el dique Reina Sofía del Puerto de la Luz y de Las Palmas de Gran Canaria. Acompañabas al mar y yo jugaba a acercarme y alejarme tratando, a ojo de buen cubero, de conocer la distancia que había entre nosotros. 


No me imaginaba que tras de ti había más mundo, ni tampoco que fueras parte de una visión que transformaba una línea imaginaria circular. Más tarde, aprendí que aquella distancia se podía calcular. Cosa de mayores. Para mí estabas allá, en el mismo sitio de siempre, aunque te sintiera en mi pecho.


Pasado el tiempo, dejé de pensarte como distancia física, para fortalecer tu lugar en mi corazón, como algo que me acompañó siempre. Por describirte de alguna manera, fuiste un referente donde me apoyaba para pensar en mi paso por la vida. Cada vez que pensaba en algo importante, te buscaba para que me dieras el apoyo sensorial, muy cerca de mí, y la solución de los problemas. Un profesor que me castigaba injustamente y tú apaciguabas mis ánimos. Un dolor por algún familiar que me dejaba y tú me lo acercabas para tenerlo presente. Un tierno amor que nacía y tú me animabas a profundizar en los sentimientos. Una decisión difícil de tomar y tú me exponías los pros y los contras.




                                Aportación de Lucía Martín Domínguez. Con agradecimiento

 

No veía contratiempos, solo te encontraba y me hablabas. Algunas veces el aire que traía el salitre me cegaba los ojos. Yo me los frotaba para ver si seguías allí. En su sitio, donde arropabas mis pensamientos. En comunión con mi mente. Así era mucho más fácil vivir. No importaba que tropezara en la misma piedra, sigue adelante me decías. Y me parecía ver una sonrisa con espuma de confabulación.


Hoy sigo mirando el horizonte. Toda una vida. Lo sigo viendo con la ayuda de unos cristales que aumentan mi capacidad de visión. No te has ido, te mantienes en la distancia, aunque me cuesta ligar mis pensamientos y entender tus consejos. No te pregunto por qué, solo sé que recuerdo mejor las conversaciones de antes que las de ahora. También me parece que la línea ya no es tan recta, acaso los mayores pudieran tener razón de aquello que no entendí un día, de una línea circular que te escondía y siempre me acompañaba. La distancia fue siempre lo de menos, lo importante y esencial es que allí estabas en el mar de mi tierra, marcando y acompañándome en mi sinuoso camino.


 


martes, 6 de septiembre de 2022

Pilar González Pino, artesana de muñecos (6.09.2022)

 

Buscando entre papeles encontré esta entrevista a Pili, amiga de la infancia en Ciudad Jardín que le hicieron en L&B Actual. Vivía al lado de mi casa con sus hermanos y disfrutó de aquellos años de tan poco, pero de tanta felicidad. Me llamó la atención que no la tuviera recogida en este blog y me he decidido a colgarla para que permanezca junto a tantos amigos que he sacado a la luz. Es muy interesante, vale la pena leerla. La recomiendo:

Picar en este enlace: https://www.landbactual.com/la-magia-de-transformar-trapos-en-munecas/



miércoles, 30 de marzo de 2022

CONJUNTO ATIS TIRMA. HERMANOS HERNÁNDEZ. (30.03.2022)

Es usual que camine por Ciudad Jardín y el silencio de sus calles me llame a entonar alguna canción. Lo normal es que no recuerde las letras, pero de aquellas que, por algún motivo, me remuevan la memoria me lanzo a cantarlas hasta que me agoto. 

En el barrio, ya lo he dicho otras veces, no faltaba nunca una guitarra y las voces de los amigos cantando canciones de la época.Aquí mismo encontrarán referencias de nuestro grupo  Los Alcorac’s,  de cómo empezamos y disfrutamos aquellos años tan añorados. 


En todas las casas había instrumentos musicales. Tal es el caso de la familia Hernández Ruiz. Llegaron a vivir a la antigua Clínica del Pino a principio de los sesenta. Habitaron la casa que estaba destinada al jefe del personal. Allí por las tardes, los hermanos  Rosa, Angustias, Tomás, Rafael y Juan Francisco se iniciaron en el folclore canario de la mano de su padre, amante de lo nuestro y con una voz de privilegio.







Fueron autodidactas y se ayudaban en el progreso ensayando sin descanso. A ellos se sumó,  Machado, quién sería, con el tiempo, esposo de Rosa. Pronto hicieron su presentación como Conjunto ATIS TIRMA (Hermanos Hernández) obteniendo  sonados triunfos. 






Tuve la suerte de asistir a las presentaciones de sus discos. Fueron artistas de Columbia y Belter. Actuaron en las islas, en la península y en diferentes países.





Con el tiempo el conjunto se quedó formado por Angustias, como voz principal, Tomás como requinto, Rafael tocando la guitarra de acompañamiento y Juan Francisco con el timple, así como con la guitarra. Tenían la fortuna de contar con la voz profundamente canaria de Angustias, con un grave modulado como pocas cantantes de la época podían permitírselo, haciendo fácil la interpretación para llevar a los oyentes el sentimiento más profundo que nadie como ella manejaba con oficio. Los hermanos, excelentes instrumentistas, tenían, además, la facultad de acompañar a la hermana con un fondo a tres voces muy logradas. Algo que no es fácil.







Estos días he visto con agrado varios temas suyos recuperados en YOUTUBE y he disfrutado escuchándoles y recordando aquellos tiempos que vivimos juntos. Tuvimos la suerte de actuar varias ocasiones en el mismo espectáculo. 






Ahora mantengo mucha relación con Juan Francisco y hablamos constantemente de música en general y lo bien que lo pasábamos. En fin que el tiempo ha transcurrido, pero la amistad persistirá. Un fuerte abrazo para los que todavía están con nosotros y mis pensamientos y oraciones en aquellos que ya nos han dejado: Rafael en 1992 y recientemente Angustias.






Por si estuvieran interesados les paso algunos enlaces, de los subidos a la plataforma recientemente, con canciones de ATIS TIRMA. Seguro que les encantará. 


(Son las Islas Canarias)


(Soy de la tierra guanche)


 (Madre canaria).


 (Adiós Canarias querida).


 (Somos costeros).


 (Malagueñas).


 (San Andrés).


(Luz y alegría)


(Gran Canaria. Isla del Sol)


(La Aldea)



lunes, 5 de abril de 2021

Hermanos de blanco (1954/ 1956).

 


Hoy, último domingo del mes de marzo del presente año, he recibido una foto entrañable que me ha enviado mi hermano Carlos Juan. La pueden ver encabezando este post. Los tres hermanos en nuestra casa de Ciudad Jardín. Posábamos, no sé para quién, en el portal rodeado de macetas. Yo soy el más pequeño, en el centro aguanto sobre mi hombro el brazo de Carlos Juan y el de Pepe (Joselín) me abrazaba por la espalda. O sea que estaba bien protegido por mis dos hermanos mayores.

Los tres ataviados con vestidos blancos. Pantalón corto, camiseta y zapatos del mismo color, si bien Carlos Juan me dice que a él le pusieron unas botas, reforzadas con tachones y herraduras, debido a que consumía mucho calzado. No estaba la economía familiar como para tirar la casa por la ventana. 

Esa misma ropa, recuerdo que heredábamos de unos a otros, la llevábamos puesta, cuando nos hicieron otra foto en un caballo de cartón en Cádiz, un año de paso hacia Gaucín (Málaga). En ella yo galopaba en cabeza de la montura, seguramente por aquello de hacerle el gusto al más pequeño. 

 

 

Me cuenta Carlos Juan que Joselín era corpulento y él más delgado y que en una ocasión heredó el pantalón blanco de nuestro hermano mayor roto por el trasero. Mi madre, que hacía lo que podía con las escasas entradas económicas, le puso unos parches de otra tela blanca que aunque parecida dejaba constancia del remiendo. Pues dice que en el colegio se ponía un babi que teníamos en los Salesianos para taparse el arreglo, pues los chicos le decían que tenía en el trasero el "libro de la selva".

Cuando nos vamos haciendo mayores nos acordamos mucho de todos esos momentos y los disfrutamos con agrado. Hace un tiempo tomé unas fotos de nuestra casa en La Isleta, donde yo nací y donde vivimos unos años. Estaba la vivienda en la calle Humiaga número uno.  Está deteriorada pero permenece en pie. Escuché de mis padres la ocasión de cuando Carlos Juan contestó mal a una amiga de mi madre que venía con frecuencia a casa. Cuando Siona, así se llamaba, le dijo que le iba a contar la mala contestación a nuestra madre, se metió en un rincón del zaguán, detrás de un sillón, y allí quedó a la espera hasta que pasó el tiempo y cayó profundamente dormido. Cuando los mayores notaron la falta de mi hermano salieron a la calle y todo el barrio se movilizó hasta que el buen dormilón salió de su "forzada hibernación".    

Hoy estoy tristón. Más bien me encuentro, últimamente, desganado, paso más tiempo que nunca mirando hacia atrás y rememorando mis vivencias con nostalgia, aunque siempre lo he hecho pero con un talante más alegre. Y no tendría que tener motivo, pues fui muy feliz, y debo de entender que fueron momentos que vivimos y quedaron atrás. Recuerdo mucho a mis padres y a mi hermano Joselín que ya no están. Es más, sueño constantemente con ellos, es raro la mañana que no despierte de haber pasado vivencias con alguno de ellos. Y, además, tengo que decir que las imágenes son siempre en blanco y negro. Como en las fotos, no hay otros colores...

 

 

    



lunes, 24 de agosto de 2020

Memorias de Daniel Britt: "A lifetime between longing and waiting". (24.08.2020).

 

A mi amigo Rafael Curbelo Armas. Por su inagotable generosidad y dedicación a la investigación y difusión de nuestro acervo cultural. Muchas gracias por las atenciones.                                           

 
Foto de MaxRexDefault. Ciudad Jardín

 

Caminaba hace unos días por Ciudad Jardín, cuando recordé esta historia que me contó una señora que se dio a conocer como institutriz en los jardines del hotel Santa Catalina. A su vez, ella dijo haberla obtenido de un caballero con el que había entablado amistad años atrás. Me pareció que dominaba con mucha exactitud todos los detalles, para ser tan solo amiga, de esta forma me lo contó y así lo narro.

En los años ochenta del siglo XIX, el británico Alfred L. Jones puso los cimientos de su gran imperio mercantil en la isla de Gran Canaria. A partir de la construcción de una estación carbonera en el Puerto de La Luz, a la que llamó The Grand Canary Coaling, fue incrementando sus negocios en diferentes frentes, con una visión de futuro digna de un gran emprendedor.

Con el paso de los años y para mantener este emporio, se supo rodear de los mejores especialistas británicos  e isleños. Para ello, abrió un despacho y mandó en el terreno de la economía, al joven y prometedor Mr John Britt, quien, por aquel entonces, ya intervenía en la capital inglesa en los negocios del propio Mr Jones.

El economista, cuando recibió la oferta de viajar a la isla, no lo dudó. Pocos meses atrás había enviudado de su joven esposa, con la que no tuvo descendencia y nada le ilusionaba más que dejar atrás la capital inglesa.

El nuevo residente, al poco tiempo de llegar, se hizo construir un chalet en Ciudad Jardín. Allí, la colonia inglesa fue la precursora de esa zona residencial.  La vida en el lugar  era diferente a la de su tierra natal, aunque la cercanía de los  paisanos, el arraigo a las tradiciones de su país y el clima, acabaron por restarle importancia a la lontananza.

En uno de aquellos encuentros para tomar el té, asistidos correctamente tanto por los propios ingleses, como por los nativos de la nueva burguesía, conoció a Constanza Trejo y Morales, una señorita en edad de merecer. Su belleza era equiparable a su fortuna. Nada pudieron hacer los muchos pretendientes canarios, pues el advenimiento matrimonial llegó sin demoras. Su familia, productores y exportadores de tomates y plátanos al continente, acogió con buenos ojos aquel romance. Con el tiempo, llegaría su hijo Daniel Britt y Trejo un chico que <<como se dice en estas tierras>>, nació con un pan bajo el brazo.

Desde muy corta edad, los padres del joven decidieron que recibiera una educación a la inglesa. Para ello dispusieron que ingresara en el famoso St Paul's School de Londres, cerca del Puente de Hammersmith. Así que los inviernos los pasaba en casa de su adorable abuela paterna y los veranos en su mansión de Ciudad Jardín. Al joven Daniel le encantaba disfrutar de la estancia en Gran Canaria, por lo que deseaba con ahínco que llegara el estío. 

 

                                                          St Paul's School

 

 Así fue pasando el tiempo y cuando el General Franco se alzó en armas contra el Gobierno de la República, las visitas veraniegas dejaron de producirse. Su padre, con buen criterio y debido a las malas relaciones entre España e Inglaterra, recomendó a su hijo abstenerse de visitarles. Ya por entonces Daniel era licenciado en económicas y hablaba sus dos lenguas naturales más el francés. Este último idioma adquirido por la visión universalista de su progenitor que se mostró favorable a que su hijo dominara cuantas más lenguas mejor. Recién terminado el conflicto español comenzaría la Segunda Guerra Mundial. Estas situaciones hicieron que los amigos y vecinos del matrimonio le perdieran la pista al hispano inglés. Incluso se decía en los mentideros que sus padres desconocían su paradero.

Lo que sí supieron los vecinos del matrimonio Britt fue que ambos tuvieron la desgracia de caer enfermos de tuberculosis, una enfermedad muy común aquellos años. Primero ella se debilitó. Ni el traslado a casa de los señores Massieu en La Angostura, en busca de un clima más benigno, fue capaz de ayudarle a superar tal desgraciada situación. Luego él, a continuación, agravado por la tristeza de la pérdida de su amor y la escasez de los fármacos, tan escasos debido a las dos guerras, agravaron la enfermedad. Así que, el hogar de Ciudad Jardín, a partir de la marcha de los señores a mejor vida y con su heredero lejos de la isla, quedó habitada por el matrimonio de confianza.

A mediados de los años cincuenta, regresó Daniel a su vivienda de forma inesperada. Los vecinos lo encontraron cambiado. Ya no era el joven que había salido de su última visita tostado por el sol, ni tampoco el risueño y alegre muchacho que llenaba el hogar de amigos y fiestas. Desde su arribo en un taxi procedente del Puerto de la Luz, la noticia corrió como la pólvora en los hogares colindantes

Semanas tardó en dejarse ver a través de las rejas del jardín. Leía cartas y manejaba documentos. Otras veces escribía incansablemente sentado en una de aquellas sillas metálicas de la terraza. Esas eran las pocas ocasiones que se le podía observar, siempre expuesto al sol, puesto que el resto del día lo pasaba refugiado en su hogar. Decían, de él, que buscaba amparo en la bebida hundido en su gran tristeza, por la prematura desaparición de sus queridos padres.

Así el tiempo fue pasando y Daniel Britt, a vistas de los habitantes de Ciudad Jardín, fue tomándole el pulso a la vida. Los domingos, al mediodía, acudía a la Iglesia anglicana, para participar en el oficio dominical. Luego volvía a casa con su lento caminar, vestido elegantemente con su traje frock coat inglés. En su chaleco se podía ver una leontina que sostenía un reloj de bolsillo. En su mano izquierda portaba un cigarrillo Philip Morris que iba desprendiendo su peculiar aroma. En sus dedos resaltaban unas manchas de amarillo tostado, producidas por el efecto de la nicotina. En la mano derecha un bastón, con puño de plata, le servía de apoyo para poder soportar probablemente alguna lesión de rodilla. Un pañuelo del mismo color de la corbata asomaba coquetamente en el bolsillo alto de su chaqueta. Finalmente un sombrero de campana, cubría su cabeza disimulando el comienzo de la caída de su cabello, ya amenazado por el color gris azulado de sus canas. A todos estos complementos y características de su personalidad, le acompañaban su acentuada seriedad y una mirada absolutamente escondida en sus pensamientos. Al regreso a su hogar, se paraba ante el buzón de correo para retirar la correspondencia. Un monótono proceder que no modificaba domingo alguno.

 

Durante dos días a la semana, cuando fenecía la luz del día, Daniel Britt abandonaba el hogar. En efecto, los jueves y sábados se sentaba en la parte trasera de su elegante coche Austin A30, de color negro, y partía hacia rumbo desconocido. Su mayordomo José Delgado lo llevaba a algún lugar del que nadie tenía referencias. Solos ellos dos, el propio sirviente y Mr Britt Jr, iban en el automóvil. El regreso siempre se realizaba casi al amanecer. Muchas especulaciones se barajaban en el barrio sobre los comportamientos, nada habituales, del solitario y misterioso personaje.

Una mañana de invierno, a mediados de los años sesenta, el doctor  Pavillard, médico de la colonia inglesa en la isla, llegó a la mansión con su maletín de cuero y su pajarita color malva, en su Rolls-Royce. Nadie podía pensar que tras aquella corta estancia dentro de la casa, una ambulancia del Hospital inglés hiciera acto de presencia para llevarlo en camilla. Lo cierto es que a los pocos días del acontecimiento, por una enfermedad incurable, descansó para siempre en el Cementerio inglés de San José. El entierro fue discreto e íntimo. Solo la familia de sus mayordomos lo acompañaron.

Por aquel entonces, en su casa de Ciudad Jardín ya solo quedaron su hombre de confianza, entrado en edad, su esposa Dolores y sus dos hijos. Carla, la más joven, estudiaba idiomas y su hijo Tomás, un aventajado estudiante pero enfermizo muchacho, inclinó sus preferencias por los estudios de derecho. A ambos, en vida del dueño de la casa, Mr Britt Jr, les ayudaba económicamente con sus estudios. El joven Tomás tenía gran afición por la lectura y un extraordinario interés por la escritura. La chica pasaba sus años visitando países y empapándose de sus idiomas y costumbres. En el testamento se recogía que los dos chicos heredaran la propiedad inmobiliaria y una gran cantidad de dinero en efectivo que les aseguraría sus vidas.

 Con la marcha de Daniel Britt, invirtieron en acomodar la casa a sus gustos y necesidades, pero su habitación fue respetada y considerada como lugar sagrado. Nadie, ni siquiera Dolores, había querido romper sus secretos más íntimos, aunque entraba cada semana a limpiar el polvo y los pisos.

Tomás se encargó de romper la intimidad. Un fin de semana aprovechó que sus padres y su hermana Carla optaron por disfrutar de una vieja casita que poseían con árboles frutales en San Mateo. El futuro letrado abrió la puerta del dormitorio e inmediatamente la oscuridad le embargó. Se percató de un fuerte olor a humedad y naftalina. Separó las cortinas y con la claridad del exterior, le llegó la visión de la tremenda austeridad de aquella habitación. Aquel lugar le pareció un contrasentido con el lujo que podía verse en el resto de la casa. Muy cerca de la ventana, y de costado a ella, había un mueble escritorio de caoba que le llamó la atención. Se acercó y tomó de la parte superior del mueble una llave que estaba dentro de un pequeño cofre de madera tallado artesanalmente. Metió aquella llave en la cerradura y notó como una bandeja, que hacía de escritorio, cedió para posibilitar su apertura. Levantó la tapa y, ante su asombrada mirada, apareció lo que pudieran ser las razones de la vida del misterioso personaje.

En el fondo del escritorio y bajo una hilera de cajones había amontonadas, amarradas y clasificadas por años, cientos de cartas procedentes de Inglaterra. La caligrafía de los sobres era fina, alargada y casi gótica, muy de moda entre las féminas de antaño. La calidad de los sobres, el olor y lo cuidado que estaba todo denotaban un gran esmero por cuidar los detalles. En el reverso, a modo de remitente, solo tres iniciales M. I. B.. Por un momento quiso dejar todo tal como estaba, pero la curiosidad pudo con él. Abrió una de aquellas cartas y con el inglés, de andar por casa, que había aprendido en el Colegio Claret quedó enterado del valor de lo que tenía entre sus manos. Cuando hubo terminado la devolvió a su lugar de procedencia, cuidando de no desclasificarla. Siguió curioseando y la sorpresa saltó ante sus ojos, cuando del cajón central sacó cinco cuadernos, en cuyas portadas azules aparecían rotuladas la frase:

“Daniel Britt’s Memories: "A lifetime between longing and waiting".

Tomás pasó el fin de semana leyendo aquellos diarios. Se tomó con paciencia e interés la amena narración. Solo le preocupaba no tener tiempo suficiente. Le inquietaba que llegara su familia de improviso. El domingo, a media mañana, decidió que continuaría leyendo desde que pudiera aquellos diarios y las cartas que tanta curiosidad le habían despertado. Cerró la puerta de la habitación y mientras salía de allí, forjaba  el convencimiento de que en aquel escritorio estaba el argumento de su primera novela. Solo sería cuestión de estudiarlo, de hacerse con los detalles de la vida del personaje y con el tiempo cambiar nombres para respetar el anonimato de su mentor.

 

         Pasaron muchas semanas para que Tomás asumiera toda la información que contenía el escritorio. Una vez que tuvo claro todo lo ocurrido al desaparecido señor de la casa, se sentó en su mesa de trabajo. En un cuaderno de campo escribió sin descanso, a fin de argumentar su nueva obra. Así se expresó para confeccionar la sinopsis:

<<A los hechos conocidos de su procedencia y marcha a Inglaterra para realizar sus estudios, Mr Daniel Britt llevó una vida de estudiante aventajado en un colegio de abolengo, aunque público, St Paul's School de Londres, cerca del Puente de Hammersmith y de antigüedad contrastada. Ello le dio la oportunidad de codearse con las familias pudientes de la nobleza inglesa. Con veinticinco años, sus estudios terminados, fue invitado por su amigo Thomas Baclerk a pasar un fin de semana en su mansión en Dover, justo en el condado de Kent. Allí, entre lujos, conoció a Lady Mary Isabel, señora de la casa y a la vez esposa de uno de los descendientes del duque de Baclerk. Entre ellos comenzó un romance que duraría años, hasta que en 1940 la Luftwaffe alemana los separó, al sobrevolar el Canal de la Mancha, e iniciar los bombardeos sobre Inglaterra. Este amor, incluso desde la lejanía, sería mutuo, profundo y marcaría toda su vida.

El joven hispano inglés,  preocupado por la política, se había enrolado en el Partido Liberal del Reino Unido. Ante la situación bélica se unió a la coalición de Sir Winston Churchill. Un buen amigo, enrolado en el Secret Intelligence Service, dado que conocía el manejo de los idiomas de Daniel Britt, le pidió que partiera hacia el continente y tomara residencia en París. Estuvo unos días acuartelado en lo que fue su colegio de menor, o sea el St Paul's School. En aquellas fechas, aquel lugar, había sido acondicionado como cuartel general del XXI Army Group, bajo las órdenes del general Bernard Montgomery. De allí se controlaban las campañas militares y preparación para el asalto al continente de los aliados por Normandía. Se ajustaba la máquina para acabar con los nazis en Europa. Allí, también, lo prepararon en sus tareas como espía y le pidieron, además, hacerse pasar por un español acaudalado de apellido Brito. Para ello, dispondría de documentación falsa. Su cometido era infiltrarse entre los alemanes ocupantes de la capital francesa, a fin de ofrecerles informaciones, engañosas o interesadas, siguiendo las directrices del MI6  del Reino Unido. Así esperaban conocer los movimientos de las tropas alemanas y manejar información ventajosa. 

 

                                                        Sir Winston Churchill

 

 

 En 1943, Daniel Brito fue conducido a la costa de Rouen por un submarino de la Royal Navy que lo dejó en una balsa a media milla de la costa. A punto de amanecer, retrasado por el mal tiempo que le impedía acercarse a la orilla de la playa, le esperaban miembros de la resistencia francesa. Pasó unos días en una cabaña en la comarca de la Bretaña hasta que, poco a poco, siempre de noche, lo acercaron a París donde lo ubicaron en un palacete de la Rive Gauche del Sena.

Allí muy pronto comenzaría a llevar una vida de lujos y fiestas a la que acudían hermosas mujeres, franceses partidarios de los invasores y alemanes de alta graduación. Entre ellos, no faltaban cargos militares de Hitler, miembros de las SS y de la peligrosa Gestapo. La información que iba aportando a los nazis, en primeras instancias verdaderas para ganarse sus confianzas, le procedían de infiltrados que se amparaban en la oscuridad de la noche. Así pasó tres años en ese menester, obteniendo valiosa información y colando noticias falsas. Pero, una investigación de la S.S. acabó obteniendo el resultado menos favorable para su persona. Según las noticias llegadas de España, con cuyo gobierno los alemanes mantenían buenas relaciones, el apellido del espía español no aparecía en sus archivos. Con esas premisas los alemanes ordenaron su detención.

Daniel Britt pasó dos semanas en los calabozos de la Gestapo francesa (llamada también Carlingue) que estaba ubicada en el 93 de la Rue Lauriston. Allí fue torturado por los miembros de la organización, que habían sido reclutados entre franceses de mala reputación y afines al fascismo. Por mucho que le apretaron no pudieron obtener palabra alguna de su condición. Las autoridades alemanas, tras recibir los informes de los franceses afines, acordaron enviarlo al campo de concentración  de Mauthausen, donde  ya se encontraban o habían sido asesinados  muchos republicanos españoles.  

La noche prevista para transportarle hasta el tren, la resistencia francesa había sido avisada del hecho a través de un gendarme infiltrado de los aliados en la comisaría. Así que, los milicianos estaban preparados y antes de que los militares lograran el objetivo de dejar al prisionero en la estación, una emboscada, en el cruce de la Rue Lauriston con  la Rue Víctor Hugo, acabó con los militares alemanes y consiguieron liberar al espía. Sin embargo, Daniel Britt en aquella escaramuza recibió un disparo en la rodilla que le hirió de gravedad, temiéndose por su vida.

Pasó Mr Britt Jr. unos meses escondido en diferentes pisos de París. La resistencia francesa lo mudaba de hogar durante las frías madrugadas. Una noche, cuando el herido al menos podía arrastrar su pie, no sin serias dificultades, llegó un maqui francés con la orden de llevarle a la frontera española para ser entregado a sus compatriotas de los G.E. (Guerrilleros Españoles del Partido Comunista).

La entrega se hizo sin dificultad pero la supervivencia en el monte durante tres años fue muy dura. Los Pirineos, durante el invierno, eran temibles y las escaramuzas contra los números de la Guardia Civil española les trajeron en jaque durante muchas jornadas. Pero el destino de Mr Britt Jr. de nuevo jugó a su favor. Camuflado en trenes de cercanía, con dinero aportado por los guerrilleros, llegó a la capital de España. Allí, en la embajada inglesa pudo actualizar su pasaporte, no sin ciertos problemas, al considerársele muerto por el tiempo pasado sin noticias de su persona. Lo cierto es que, la nueva documentación le permitió desplazarse a Gaucín, un pueblo de la Serranía de Ronda. Allí vivió dos años en una posada de la familia de un amigo que conoció en Canarias. Tras sentirse seguro y haber pasado en aquel lugar unos meses dedicándole tiempo a la lectura y a convivir gratamente con los vecinos, bajó hasta Cádiz y embarcó en el buque Ernesto Anastasio, tomando  rumbo a las islas Canarias. Se sintió libre cuando al tercer día de navegación comprobó que el barco enfilaba la bocaina del Puerto de la Luz.

 

                                           Buque Ernesto Anastasio

Ya había pasado lo peor. Le llegó el tiempo del descanso y de retomar su vida con otros objetivos. Quería cumplir con aquellos temas que había dejado a medias en su juventud. Al menos esa era su intención. Las cartas con Lady Mary Isabel se reanudaron e incluso su visita fugaz a Gran Canaria. Con ello rememoró sus amorosos encuentros de antaño. Pero su deseo de la unión definitiva  jamás llegó a producirse. Ambos seguían enamorados como el primer día, pero les separaba el matrimonio de ella y las dificultades para dejar atrás una familia de tanto abolengo, así como el escándalo que podía suponer en la High Society del Reino Unido. Debido a esa gran tristeza, cada sábado por la noche tomaba su coche y se dirigía al Tanger Club, cabaret de moda, donde ahogaba sus penas entre botellas de whisky y las sábanas de las señoritas que alternaban en el local. Aquel lugar se convirtió en su refugio. En contraprestación, sus dueños lo consideraban como el cliente más asiduo y exquisito de la casa.

Es importante recordar que Daniel Britt, estando en Inglaterra, había tomado contacto personal con los allegados de Sir Winston Churchill. Era bien sabido que el insigne personaje era masón. De las reuniones y enseñanzas del político, el hispano inglés se inició en la masonería. Por otro lado la decisión de otro masón de nombre Franklin Delano Roosevelt de Estados Unidos de América de entrar en guerra contra Hitler, influyó de manera decisiva en que Mr Britt Jr. echara una mano incorporándose al espionaje a favor de los aliados y su causa. 

 

                                                  Franklin Delano Roosevelt

Viene lo anterior a colación porque ya en Canarias, de vuelta de sus aventuras, tomó Mr Britt Jr contacto con los masones de Gran Canaria, que en aquellos momentos de la dictadura eran perseguidos. Y era en el hotel Santa Catalina, donde cada jueves por la noche, se reunía para poner en común las ideas e impulsar el proyecto de la Gran Logia en la isla de Gran Canaria.  También en ese proyecto, por tanto, se estaba jugando la vida como consecuencia del trato que recibían del régimen franquista. Uno de los momentos más delicados fue en 1952 cuando hubo que preparar las respuestas por escrito, al jefe del estado español, el propio General Franco, quien publicara en la prensa del Movimiento, una serie de artículos antimasónicos con el seudónimo de Jakim Boor >>.

 Según me aseguró aquella institutriz que conocí una tarde en los jardines del hotel Santa Catalina la historia jamás se había llevado al papel. Noté que desde que supo de mi condición de escritor se interesó mucho más por darme detalles de la aventuras del singular personaje.

Seguimos viéndonos muchas tardes de los jueves, pues decía que era el día libre en su trabajo. Yo dudaba, pues la edad que aparentaba no era la apropiada para tener chicos a su cargo. Me animó a escribir la historia. Le prometí que lo haría. Un día no volvió más al encuentro. Me extrañó mucho la desaparición tan repentina de aquella dama con quien había tomado tanta empatía.

Después de dos meses de mi último encuentro, un jueves, un Austin A30 de color negro se paró frente a la entrada del hotel. Yo esperaba, como siempre, la presencia de la misteriosa dama. Del lujoso auto se bajó un chófer y me entregó un sobre acolchado. Con posterioridad, vi como el auto se alejaba del hotel por la calle de servicio. Al pasar a mi altura el oscuro cristal trasero se abrió y observé la imagen de la mujer. Era la dama que había sido la emisora de aquellos testimonios tan importantes. Entonces, levantó su mano que cubría con un guante blanco y esbozó una ligera sonrisa  en señal de despedida. Tras el cierre del cristal el auto abordó la calle León y Castillo y se alejaron del lugar.

Me temblaba todo el cuerpo. Abrí el sobre con mucho cuidado para no romper el documento que hubiera en su interior. Allí encontré cinco cuadernos azules donde en su portada se podía leer:

“Daniel Britt’s Memories: "A lifetime between longing and waiting".

 

 

 

 

 Además, entre los cuadernos descubrí una nota muy escueta que decía:

 

<<Amigo escritor:

Mientras han durado estos encuentros, has ganado mi confianza. Por ello, te hago entrega de este legado que deberás usar para escribir lo que me has prometido. No te había olvidado y solo he faltado a nuestros encuentros para comprobar tu interés en la historia que ya conoces. Me alegro mucho de encontrarte aquí esperándome. Cuando hayas terminado la obra, te pido que lo que hay en este sobre lo custodies como propio. Cuida de ello para que jamás se pierda. Gracias por tu compromiso.  Atentamente: C. D. >>.

Ahora cuando este caminante pasea por Ciudad Jardín y pasa justo por delante de la casa de los señores Britt, me encuentro mucho más aliviado al dar a conocer, en parte, lo que durante todo este tiempo he guardado en el más absoluto de los secretos.

Definitivamente, con este primer avance ya he comenzado a cumplir mi promesa. Si bien esta declaración pública es solo un adelanto de lo que con toda seguridad llegará para desvelar otros detalles de la impresionante vida de Mr Daniel Britt y Trejo.


miércoles, 19 de agosto de 2020

En el largo y sinuoso camino. The long and winding road (19.08.2020).

 

 

 


El caminante paseó anoche por Ciudad Jardín. No fue igual que otras veces cuando frecuentaba esas salidas. Esta vez fue distinto. Caminaba casi desnudo pues sus ropas eran trapos que colgaban de sus carnes. No vestía con vaqueros acampanados, ni camisa de flores y ni siquiera sus botas eran de media caña. Su pelo tampoco caía sobre sus hombros.

 

El barrio estaba a oscuras, sin embargo era de día. En las calles los coches se apretujaban para ganarse el espacio que en otro tiempo sobraba. Las casas estaban cerradas, los jardines sin plantas que lucieran flores, las cancelas echadas, los balcones y ventanas presagiaban que, tras sus persianas, nadie hacía vida. Tampoco cantaban los mirlos ni los canarios.

 

Los chicos del lugar no se veían jugando en las calles. Las bicicletas se habían convertido en motos que miraban hacia los frontis de las casas esperando que aparecieran sus dueños, para llevarlos lejos de aquel silencioso lugar. No se escuchaban las guitarras eléctricas ni las voces entonando <<The Long and Winding Road>>.

 

Aquel espacio vacío no podía ser su amado Ciudad Jardín.  Allí fue el chico más feliz del mundo. Allí sus amigos eran los dueños de las calles. Allí, siempre, hubo vida. Allí los jardines estaban mojados, las plantas lucían flores que competían en belleza. Allí la alegría reía. Allí los chicos y las chicas se querían, si era preciso, en la distancia, con una mirada, con un roce de sus manos, a través de una sonrisa o con una simple carta escrita en una hoja de libreta.

 

—<<¡Así no!>> —dijo malhumorado. Volvió a su casa cabizbajo. No quiso caminar por aquellas calles tan tristes. Aquel desmejorado barrio no era Ciudad Jardín.

 

Por la mañana, el caminante se despertó muy pronto. Tomó camino de la ducha y cuando el agua resbaló por sus carnes se dio cuenta de que años atrás todos eran jóvenes y que Ciudad Jardín era otro lugar. Se percató de que ya él tampoco era quien fue, aunque cada día soñara con serlo  y vivir lo que en aquel lugar disfrutó tan intensamente.

 


domingo, 25 de agosto de 2019

A nuestro amigo, quien soñaba con zapatos nuevos. (25.08.2019).





Era uno más entre los chicos del barrio, pero no era igual al resto. Nos conocía a todos por la talla de nuestros pies. Tenía obsesión por el calzado y le encantaba ponérselos nuevos, así que cuando iniciábamos la vida de nuestros mocasines, sandalias, botas, etc. él se ocupaba de lucirlos y también de alargarlos.  En casa éramos tres hermanos y cuando llegaba el mes de mayo, nuestra madre nos compraba zapatos nuevos, pues íbamos empaquetados a la procesión de la Virgen Auxiliadora por Ciudad Jardín. Mis calzados estaban libres de ser puestos, ya que era el menor de la familia, pero mis dos hermanos lo traían desde unos días antes para que los luciera y alargara subiendo las escaleras de los tres pisos que tenía la casa donde vivíamos. En esa costumbre yo me hice mayor y entré en el protocolo, por lo que también lucía y alargaba los míos. Hace años que se fue por una mala dolencia, seguro que allá donde esté seguirá mirando los pies y probándose los calzados nuevos de todos los amigos que sufran la consecuencias de un complemento tan delicado.