A ellos dos. A él, mi amigo de Ciudad Jardín. A los dos que los he escondido en
el anonimato de este relato.
Marcos se movió inquieto tras la
conserjería del gran hotel que ocupaba la primera línea de la Playa de las
Canteras, cuando se percató de que la llegada de clientes de aquella mañana
estaba resultando muy diferente a la de todos los días. El nudo de la corbata
de su impecable uniforme le apretó con fuerza el cuello. instintivamente intentó tragar el
mar de saliva que le produjo el grupo de chicas que iban entrando por la puerta
principal. Luego, el corazón se le disparó cuando de entre todas las bellezas
no supo distinguir cuál era la más hermosa. Finalmente enrojeció hasta la
extenuación cuando vio que Dafne la diosa de los bosques y de los ríos de no
más de veinte años, con una preciosa melena azabache y un par de ojazos negros,
no dejaba de mirarlo.
Y fue entonces cuando la diosa de la minúscula
minifalda con sus bien modeladas piernas, se le acercó para preguntarle: -Hola.
Buenos días, ¿cómo te llamas? Se sintió avergonzado y sin fuerzas, así que fue
incapaz de contestar a su ninfa. Ella se había transformado en laurel antes de
tiempo. De aquella garganta sólo salió un pequeño balbuceo ininteligible. Aquello hizo mucho más embarazosa la situación. Ella se percató de los apuros de su
venido abajo dios de la luz y la claridad y no queriendo forzarlo se despidió
diciéndole: -Bueno, déjalo. Ya tendremos tiempo de hablar. Sólo quería saber
si el clima aquí es siempre tan agradable.
Cuando las diosas abandonaron el hall en
dirección a sus habitaciones, el joven conserje que hablaba inglés
perfectamente, primero maldijo su estupidez y luego corrió hacia la recepción
donde su amigo Ricardo, criados juntos desde la infancia en Ciudad Jardín, había
retenido los pasaportes. Buscó con ansiedad la identidad de su ninfa y
naturalmente lo encontró. Allí estaba la imagen de Dafne.
Ya conocía todo lo que debía saber: su nombre
y edad, el número de la habitación y también su nacionalidad: -Es venezolana
-dijo en voz alta-. Dicen que de allí proceden las mujeres más guapas del
mundo-, siguió hablando sin retirar su mirada de la foto. -Sí, pero tú tienes a Mary,
¿te suena de algo? –escuchó
la voz implacable de su amigo. Pero Marcos continuó interesado
en los datos del pasaporte, por lo que Ricardo insistió: -Mary es la que tú
me has dicho que ha sido siempre la mujer de tus sueños. ¿La recuerdas? La que
viene cada tarde a pasear por la acera del hotel y a ti se te cae la baba
mirándola a través de los grandes cristales del salón. También, a la que llamas
novia y con la que tú dices que tan pronto como hagas unos dineros con el cambio
de divisas,
te vas a casar: ¿No te acuerdas...? Pero él siguió ensimismado mientras se
llevaba su nombre y número de habitación grabados con fuego.
Y, tan pronto como pudo, alivió el
sofoco mojándose con agua la garganta para no pasar otro mal trago. Después, cogió el
teléfono y marcó. Inmediatamente sonó la voz de ella: -Aló -dijo Dafne, y él silenció su
respuesta. Hubo unos segundos de espera. Se volvió a oír la voz de ella: -Aló
-y por fin pudo contestar: -Hola. Soy
Marcos. Sí, Marcos el conserje. Deseaba decirte mi nombre. También que el clima
es muy agradable todo el año... –ella no contestó y eso le inquietó-…y
que las noches tampoco están malas y si te apeteciera, a ti y a tus
amigas, te invitaría, a ti y a tus
amigas –repitió torpemente- a mostrarte, quiero decir a mostrarles ‘Las
Palmas by night’... ¿Qué te parece...? Esta vez no hubo compás de espera, pues su
respuesta fue inmediata: -¡Chévere!, ¿después de la cena? -Muy bien -dijo él emocionado-, te espero en el paseo de la playa después de
la cena. Y así se cerró el trato.
Aquella noche, el joven e ilusionado
conserje que hablaba inglés perfectamente, se presentó vestido para la ocasión. Olía a Varón Dandy y llevaba bien sujeto su
cabello con fijador. Aguardó inquieto apoyado sobre la barandilla en la
Avenida de Las Canteras a que llegara su ninfa y comenzar, si no quedaba más
remedio, la visita a la ciudad. Aunque
él, a decir verdad, prefería dedicarse a otros menesteres y dejar Vegueta, El Pueblo Canario y
Altavista para otra ocasión.
Con esos pensamientos estaba entretenido
cuando escuchó la algarabía del grupo de chicas que se acercaban. Al frente de
ellas venía una señora que, inmediatamente entendió hacía de guardiana de la
prole. -Bien, Marcos ¿Pues, eres Marcos? –, él asintió con la cabeza,
impresionado por su excelente español aunque algo afrancesado. -Has invitado
a las señoritas a conocer “Las Palmas,
la nuit”. Bien, ellas están muy interesadas y yo no voy a desilusionarlas. Pero
quiero que sepas que he accedido porque eres miembro del hotel. Te paso, pues,
la responsabilidad de cuidarlas y de traerlas a casa tan pronto como termine la
visita, ¿digamos a las doce y treinta? Fue a asentir pero las chicas, desde
la espalda de su custodia, levantaron sus dedos incitándole a que fijara las
dos de la madrugada. Así que, empujado por ellas, pero teniendo en cuenta el
encargo, argumentó: -Debido a la hora que es, la cantidad de
señoritas, los taxis que hay que tomar y los desplazamientos, no creo que pueda
estar de vuelta antes de la una y treinta... ¿le parece bien, señora? Bien,
pero ni un minuto más ¡Ah!, otra cosita, pues me caes bien y pareces un chico
muy serio y respetuoso: ¡No me falles Marcos!, y no me llames señora, soy Sor
Lisette.
Recobrada
la calma y asumido el reto, Marcos se alejó del hotel acompañado por las bellas
diosas y entre ellas Dafne. Por más que insistió, no hubo manera de
convencerlas para hacer el tour, así que en menos de quince minutos estaban
todas metidas en cuatro taxis y con dirección a la Discoteca Aloha en el
barrio de las Alcaravaneras. Allí bailaron sin descanso las canciones de los
sesenta y el conserje comprendió muy pronto que aquellas niñas de internado
suizo, hijas de millonarios de varios países, que se peleaban por pagar los
taxis y las bebidas, le podían traer complicaciones. Pero sólo la mano de su Dafne
llevándole hacia la pista de baile y la voz de Frank Sinatra le alejó de
la preocupación y mucho más cuando aquel círculo para el baile entró en
tinieblas y sintió que ella, su diosa venezolana, echó sus brazos al cuello y
se apretó contra él posando su cabeza en el pecho del joven conserje de forma
que se bañó de su perfume. Él, impulsado por el momento, no
pudo más que responderle a esas muestras de ternura dejándose llevar por la
fantasía, mientras hacía dueto en un inglés perfecto: Strangers in the night
exchanging glances, wond’ring in the night, what were the chances we’d be
sharing love. Before the night was true...
Aquel fue el principio. Hubo más, pues
ganada la confianza de Sor Lisette las salidas se sucedieron. Y la noche antes
de volver a su internado de Suiza, el conserje y la diosa de los bosques y de
los ríos, que hasta antes de entrar en su habitación llevaba una minúscula
minifalda que dejaba ver sus bien modeladas piernas, se prometieron amor en el
lecho y una visita de él a Suiza en sus vacaciones. Aquella noche Apolo consiguió que su Dafne no se convirtiera en laurel.
Pero el tiempo, que es así de
implacable, pasó como un rayo. A la mañana siguiente, quince días después de su
llegada, las ninfas sacaron sus alas y abandonaron el hotel para siempre. Y
ello supuso que Marcos se enfrentara a ver a Mary paseando su desconsuelo a través
de los cristales. Y a escuchar su perseverante amigo recordándole: -Mary es
la que tú me decías que ha sido siempre la mujer de tus sueños, ¿la recuerdas?,
la que sigue viniendo cada tarde a pasearse por la acera del hotel…. -Sí –decía
Marcos- pero me he vuelto a enamorar...
Marcos adelantó
sus vacaciones y tomó el primer avión que pudo con rumbo a Suiza. De nuevo estaban
juntos: el conserje canario y la chica venezolana del internado. Y en aquel
pueblo encantador de Suiza, donde la nieve los unía y el chocolate lo
compartían con caricias, conoció a los padres de ella, adinerados del petróleo.
Y fue tanto lo que el conserje les agradó y lo feliz que encontraron a su niña,
que vieron con buenos ojos aquel noviazgo y su deseo que se trasladaran, él (Apolo) y ella (Dafne) a Venezuela para formalizar su matrimonio y de paso heredar
una fortuna. Y, además, dieron instrucciones a las monjitas para que la pareja salieran
juntos todos los fines de semana. Y aquel apartamento que estaba costando una
fortuna dejó de ser una carga, pues fue abonado con petrodólares que
depositaron para tal fin sobre la mesa de la salita en un fajo de traveller’s
cheque que nunca tenía fin.
Y, así,
los quince días se convirtieron en seis meses. Y los meses se hicieron
añoranza, pues el conserje echó en falta su tierra y su clima inmejorable, además
de la vida en su hotel de la Playa de las Canteras. Y entre lágrimas, las de
ambos, se montó en el primer avión con
destino a Gran Canaria e intentó ser el que siempre fue.
Y allí,
en el hotel, donde había perdido su trabajo, estaba su amigo Ricardo el
recepcionista quien le puso al corriente: Mary, sigue viniendo a verte. Cada
tarde. Y sigue mirando a través de los cristales para ver si tú estás. Y a
él se le saltaron las lágrimas y cuando estaba más afligido ella apareció, más
bella que nunca, esbelta y elegante, con su piel fina y transparente como una
figura de porcelana, con su pelo negro a lo garsón y además con una minifalda
que dejaba ver también sus modeladas piernas. Y como siempre miró hacia dentro
y lo vio, pero lo vio llorar y él, el que había sido el joven conserje que
hablaba inglés perfectamente, salió a la calle y se paró ante la que había sido
su novia y no se dijeron nada. Frente a frente en silencio. Entonces, ella se unió
al llanto y lo agarró fuertemente de su mano para alejarlo para siempre del
hotel, aquel que estaba en primera línea de la Playa de Las Canteras, y en el
que Ricardo sonrió cuando en los altavoces de ambiente sonaron las dulces voces
de Everly Brothers entonando: -Dreams, dreams, dreams whenever I want
you all I have to do is dream.